Saturday, December 13, 2008

Cambalache

El poeta argentino Santos Discepolo definió mejor que nadie este siglo que expira. Agudo e irónico supo en un sencillo poema-tango “Cambalache”, escrito en 1935, radiografiar estos últimos cien años.

Autor de más de cien poemas hechos canciones, nos entregó en Cambalache, el retrato hablado de este siglo “problemático y febril” y del sujeto que lo encarna, el autoproclamado hombre moderno, “autónomo y racional”, dueño de su destino, independiente de los dioses, adicto al progreso y dueño del universo. Ese que construyó el mundo a imagen y semejanza, no del ideal surgido en el siglo XVIII, sino de aquel verso “el sueño de la razón produce monstruos”.

“Da lo mismo un burro que un gran profesor” afirma con rabia, Santos Discepolo, desafiando la autoridad del saber casi en una actitud posmoderna. El equivalente, está sin embargo, en la actitud ética. El primero carece de ella, por su propia naturaleza, mientras que el segundo la perdió en la contingencia del diario vivir.

Enrique Santos Discepolo nos deja el sabor amargo del ritmo porteño, tan bien definido por Sábato: “El tango es un sentimiento triste que se baila”. Ya lo dijimos, en este autor encontramos las mejores crónicas de este siglo y del hombre y de la mujer que lo habitan. Escepticismo, rabia, nihilismo, abandono, desgracia, instrumentalidad en las relaciones sociales (“el que no llora no mama, y el que no afana es un gil”), todos componentes de estos cien años que prometían mucho más de lo que hemos visto.

El talento de Santos Discepolo desplegado en tangos y milongas, en amores y desamores, en triunfos y derrotas, nos permiten aproximarnos a la dinámica del siglo veinte, repletos de cambalaches, del mundo al revés: la mentira aparece como verdad; la apariencia como realidad, y sobre todo la moral regida por la mano invisible del mercado. No en vano la queja es evidente: “que a nadie importa si naciste honrao”. La conclusión es digna de Nietzsche: “pero que el siglo veinte es un despliegue/de malda insolente/ ya no hay quien lo niegue”. ¡Tan tan!

Sunday, December 07, 2008

AM/FM


Las tres radios que cubrían el dial iquiqueño en los años 60 ya no están. La Esmeralda, la Lynch y el Salitre, lograron animar buena parte de la vida social del puerto-caleta que luchaba, entre otras tantas cosas, por instalar la industria de cenizas de soda. La primera despareció el mismo 11 de septiembre de 1973, y se transformó en Centinelas del Norte, una emisora administrada por los militares de la época. Las dos restantes, empezaron a jugar los descuentos. La década de los 80, la del boom Zofri, aparte de invadirnos de autos japoneses, chaquetas de cueros y saca cuscos de aceitunas, sirvió para descubrir el sonido de la radio F.M.

Son los años en que radio Mundial y La Tirana se apoderan del dial. Fue el tiempo en que las voces de Dennis Lillo y Gonzalo Jiménez, entre otros, nos integran al mundo de la frecuencia modulada. Ya no es la voz familiar de Andrés Daniels quien además tuvo que partir al exilio, ni la de Leslie Omar Díaz ni de su hermana Gilda, la que nos animan el almanaque con sus timbres de voz, reconocibles y nuestras. Otra estética reaparece ahora. Mundial y La Tirana, son sin embargo, emisoras de tránsito, que sin saberlo, y menos aún quererlo, preparan el camino, para que en los 90, el dial local ya no fuera nunca más el mismo. Ambas, dan cabida a lo nuestro pero con un sonido radicalmente distinto. Escuchar a Los Bee Gees ya nunca fue lo mismo. Otros ingenieros de sonidos, administran la consola. Los del mundo de la Am tendrían que reciclarse o morir. Algunos como Leonel Cortés, Raúl Rodríguez, José Enrique Toro, entre muchos otros, logran adaptarse. El dial de la FM, nos permite además conocer otras voces, la de Antonio Sabat que entre otras peripecias, logra batir el récord mundial de locución. Hoy está en otras marcas.

Hacer radio en estos tiempo, al igual que otras cosas, es bastante difícil. Las trasnacionales se han apoderado de buena parte del dial, y logran, gracias a la tecnología, transgredir ciertas normas básicas de la radiotelefonía. Aquellas, por ejemplo, que confunden Santiago con Iquique, y creen que el incendio de la calle Pío Nono, va a movilizar a los bomberos nuestros.

Sin embargo, hay un conjunto de radios frecuencia modulada, que logran insertarse con éxito en nuestra memoria. Son aquellas que creen en lo local y en el servicio público, que transmiten eventos como partidos de fútbol, que entrevistan en vivo, y que cada día a las 12 tocan el himno a Iquique.

En esas emisoras se ha reencantado el viejo ánimo de la Esmeralda, la Lynch y el Salitre y de las otras que las antecedieron, como la radio Tarapacá, por ejemplo. En sus programas, y al cerrar los ojos, uno puede volver a encontrarse con la voz de Jaime Fuster, Raúl Escudero, Yerko Elgueta o del gran animador de las mañanas iquiqueñas, el “Negro” Raúl Ossandón.

Son estas emisoras, las que nos dan un sábado entero por la mañana, para que la Universidad pueda opinar sobre este mundo y el otro, las que nos ayudan a entender la importancia de contar con medios de comunicación que se alimenten de nuestra identidad cultural, y de paso nos ayuden a que nos sintamos en Iquique, como nos sentimos en casa.

Una guitarra huérfana

La buena música está de duelo. Y cuando afirmo la buena música me refiero a la música popular. Y no sólo a la popular, sino a aquella que tiene identidad. La que huele a Iquique, a tumbos del Mercado Municipal traídos desde las quebradas, a ese olor por fin desterrado de las pesqueras, a ese olor de esas fuentes de sodas tan nuestras, a ese olor de las veredas de madera mojadas por la vecina del frente. Más que estar la música de duelo, Iquique lo está.

Seamos precisos. Ha muerto Pedro González Plaza (1937-2006), integrante del conjunto Los Bingos. La voz sentida y clara de Guido Marincovic así me lo hizo saber. Las malas noticias vuelan como jote hambriento y logran paralizar el corazón por unos segundos. Habría que poner en el corazón de cada uno de nosotros, un crespón negro.

Los Bingos son ya una institución en este puerto. Institución sin personalidad jurídica, y sin fines de lucro, pero con un fuerte carácter ha sabido estar al día con su canto. Una institución que se recrea cada viernes por la noche en la casa del flaco de origen croata. Una institución que siempre armonizó sus voces para cantar el bolero. Una institución que hizo del amor a esta ciudad su piedra filosofal fundamental.

Hacia fines de la década de los cincuenta este conjunto empieza a animar las cálidas noches del puerto sumido en la crisis; esta familia recreó buena parte de la canción popular. Triunfaron Los Bingos en aquellos tiempos en que grabar un 45 rpm era cosa seria. Había que ir a Santiago y de allí regresar con los discos ya sea en tren o en bus. Y grabaron dos Lp, y si la memoria no me engaña seis discos single.

Pero la muerte desafinó a Los Bingos. La muerte cortó una de las cuerdas de la tercera guitarra que ejecutaba el “Tongua” así bautizado por Vicente Fuentes. La primera voz de Los Bingos nos abandonó a los 69 años. Pedro era un romántico a ultranza. Parecía transformarse cada vez que cantaba “Sabor a Mi”. Cantando “La Malagueña” demostraba toda su versatilidad.

Nunca pensó este ilustre integrante de Los Bingos, cuando ingresó a esta familia, allá por el año 1959, que sólo la muerte lo iría a separar de esta pandilla musical. Parecen, Los Bingos, más que un grupo musical, un grupo de amigos juramentados en morir cantando.

Uno de los más hermosos boleros compuesto por Guido Marincovic, “Mi querido Iquique” (compuesto especialmente para el CD “Las canciones del Chumbeque a la Zofri”, parece anunciar la muerte de su compañero de mil batallas: “Pocos iquiqueños /van quedando ya /y nuestros retoños /te sabrán amar”.

Los Bingos, sin embargo, tienen guitarra para rato. La cuerda que le falta a esa guitarra que se toca cada viernes, en una casa de Manuel Rodríguez, estará acompañada de esa voz con sabor local. Me puedo imaginar el dolor del Guido y sus amigos, cada que vez que escuchen “Mi querido Iquique”.

Ojos de gata

Se le conoce en Chile a través de esa canción que habla de un bar, de los ojos de gata y de los secretos del dormitorio, donde dan las 1, las 2, las 3, mientras el amor galopa por las ventanas. Esa que dice que cantó al piano del amanecer todo su repertorio. Sus otros 13 larga duración son prácticamente desconocidos en este país. Se le sindica como el mejor compositor de lengua castellana. Es algo así como Francisco Umbral para la literatura. Nacido en España, Joaquín Sabina le ha dado nuevos bríos a la canción de autor. Lo suyo va del rock a la salsa, pasando por el bolero y el rap. La guitarra, le ha sido más fiel que su sonrisa. Ha compuesto 150 letras de canciones, sin contar las que le ha regalado a sus amigos y amigas como Ana Belén, Luis Eduardo Aute y Javier Gurruchaga, entre otros.

Cree en la mentira, pero en las llamadas piadosas: “Yo le quería decir la verdad, por amarga que fuera, contarle que el universo era más ancho que sus caderas”. Esas que sirven como bálsamo para el espíritu; las que alivian el dolor y que inspiran ese refrán que reza: “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Su familia es tan vasta como sus amigos. Sus fotos de la infancia hablan de un hombre lleno de proyectos para salvar al mundo. “Utopía” el libro de Tomás Moro, lo acompañó en las noches de insomnio. Sufrió el exilio y Londres lo acogió con sus blues. Un iquiqueño lo acompañó en sus inicios. Cuando agarró la guitarra, sus primeros acordes fueron “La Novia” del otro Joaquín, e interpretada por su hermano Antonio.

A Sabina le gusta la noche como nos gusta a los iquiqueños: “La noche que yo amo, crece entre los despojos, que al puerto del fracaso, arroja la ciudad”. Despotrica de esa hora maldita en que los bares a punto, están de cerrar. Cuando la mala suerte se le instala en el camino dice algo así: “instalo un circo y me crecen los enanos”. Así es este ibérico don Juan, que en su canción Nos sobran los motivos -una obra de arte- canta “que poco rato dura la vida eterna, por el túnel de tus piernas, entre Córdoba y Maipú”. Autobiográfica esta canción que habla de un Don Juan en ruinas: “Este cambio de aceras de tus caderas, este payaso que ya no hace reír, este arrabal sin grillos en primavera, ni espaldas con cremalleras, ni anillos de presumir”.

Sabina recoge para el rock, lo que es del rock, es decir, el amor y la defensa por lo marginal y lo prohibido (La Banda del Kung Fu, Cuernos, Tolito), la ironía y la irreverencia (El Muro de Berlín, Hay mujeres, Siete crisantemos, etc), la belleza de sus letras: "pagana y arbitraria como un lunes sin clases", la calidad de la interpretación musical, y que decir de los arreglos.

En los años 90, el fotógrafo Carlos González me regaló un cassette de Sabina. “Me lo trajo un cura amigo” me dijo. Desde allí nació la sabinamanía. Sus canciones, una banda sonora que grupo de iquiqueños escuchamos como quien escucha su propia voz. Daniel, Anita, Gonzalo, Marcos, Jorge, llevamos un poco de ese Joaquín que nos hace cantar: “No abuses de mi inspiración, no acuses a mi corazón, tan maltrecho y ajado, que está cerrado por derribo”. No saque cuentas equivocadas amigo mío.

Detalles

El pick up reinaba en la mesa de centro, está vez arrinconado y cerca de una de las ventanas de cualquier casa de ese Ike Ike (que se expandía con tímidez hacia Playa Brava, de la mano de los ferroviarios y de los "chutes", de ese modo la juventud podía bailar desahogadamente. Del beso entre la aguja y el vinilo, resultaba la voz de Roberto Carlos cantando/desafiando: “No ganas al intentar el olvidarme, por mucho tiempo voy a estar en tu vida”. La letanía parecía cubrir ese ambiente en tinieblas, cada vez que el brasileño cantaba. Con “Amada Amante” el climax era total. El amor, o sus múltiples sucedáneos, parecía soberanizar la pieza, el living, como decíamos antes. La lucha de clases, por un rato, descansaba. Entonces el presidente de Chile, era Salvador Allende, elegido por sufragio universal. Afuera, las brigadas partidarias como la Elmo Catalán y la Ramona Parra se disputaban las paredes para rayar. “Avanzar sin transar”, pintaban los primeros, mientras que los segundos, más institucionales, decían “Elevar la producción, es también Revolución”. La derecha, por su parte, en silencio, organizaba el “Comando Rolando Matus”.

Roberto Carlos cantó una de las fantasías más elementales de todo ser humano: tener un millón de amigos. Entre tanto creó la pegajosa melodía del Jesucristo, que los infieles cantaban como pidiendo perdón por tanto carrete. De igual modo interpretó una de las primeras canciones de protestas ecologistas. Aquella que hablaba de las ballenas y de que él no está contra el progreso, “si existiese un buen consenso, al menos eso es lo que siento”. Terminaba con una frase no sólo para el bronce, sino que también para los defensores de los animales: “Yo quiero ser civilizado como los animales”. Anunciaba la postmodernidad en formato de discos 45 rpm.

“Cambiaste sin saber toda mi vida” casi en un tono evangélico, Roberto Carlos cantaba y predicaba. Lo cierto es que las tardes/noches de esos veranos calientes, un rumor de aire húmedo parecía venir de la voz de este cantante brasileño. Por cerca de diez años inundó la radiotelefonía local. Cantó a Gardel, “y el día que me quieras”, coincidía con esa otra utopía que tratábamos de construir, la de una sociedad sin clases. No pudimos con ambas. El cantante siguió haciendo de las suyas como si nada.

“No sé si gusto más de mi o más de ti”. Cierto narcisismo se apoderaba de este hombre que empezó a vestir de blanco. Habitante cotidiano de los festivales de Viña del Mar, se las arregló para contemporeaneizar con las nuevas generaciones.

En Iquique, Roberto Carlos paseó su música desde los 70 a los 80 con pleno éxito. Su “Detalles” y su “Amanda Amante” la compartimos con los sueños de crear una sociedad nueva. Sus otras canciones, las posteriores, pudieron haber sido lindas, pero para nosotros ya no lo eran. Y la razón era muy simple. Ya no las podía cantar Marcelino Lamas, entre tantos otros.

Algo de mi

Camilo Sesto era el alías de Camilo Blanes Cortes. Este último era además el compositor de casi todos los temas de este español que a los hombres nos convenció (iba a poner que nos conquistó, pero mejor no), y a las mujeres cautivó. Dueño de unos ojos hermosos. De dos para ser más precisos, Camilo Sesto se las arregló para ocupar los primeros lugares de cuanto rankings se hiciera por el mundo de habla hispana, quechua, aymara, guaraní, etc y en todos esos territorios donde los españoles se impusieron a partir del 1492. Posee la cantidad de 40 millones de discos vendidos, y en 1975, la crítica lo aclamó por su interpretación en la versión española de Jesucristo Superstar. Me refiero a la película, que incluso tuvo y sigue teniendo versiones locales, como la que hizo el gordo Ravani cuando era amo y señor de la TV.

Los años 70 fueron de este españolísimo. Con temas como Algo de Mí, las fiestas de la juventud de esos años alcanzaba su éxtasis. La mezcla no podía ser más potente: pantalones pate elefante, un pick up, un poco de coca cola, y lo demás lo ponía la imaginación, que en ese entonces era desbordante. O al menos, eso pensábamos. Entonces Playa Brava recién empezaba a colonizarse, y los ferroviarios en su Cooperativa El Riel, prestaban sus casas para de vez en cuando, escuchar un LP de este cantante ambiguo en su masculinidad, por lo menos en la clásica (los hombres no lloran, etc).

Recordar esos años, sobre todo los que va del 70 al 10 de septiembre del 73, tiene la impronta de esas canciones que decían “algo de mi se va muriendo, quiero saber, quiero saber, porque te vas”. Hay toda una generación que públicamente hacía fe de un discurso político y escuchaba la Cantata de la Escuela Santa María, mientras que por la noche, cuando el diablo se soltaba, aparecía el “si amarte es pecado, quiero ser un pecador”. Todas las otras canciones, a pesar de ser alegres, tienen la marca de la tristeza. Es que las canciones, no se escuchan en el vacío.

A pesar de que en Iquique los ojos claros no son el pan de cada día, nos las arreglamos para producir nuestras propias versiones de este ibérico cantor. Aún me junto con un geólogo, que se creía ser la perfecta versión de Sesto. Y de algún modo lo fue. Tenía sus obras completas y una colección de afiches que usó para tapar al Che en esas noches de furia. Para mi el mejor tema es “Amor, amar”: Yo voy por las calles con tu nombre, encerrado en mi puño.” Cada vez que lo escucho un olor a Playa Brava me nubla la nostalgia. Demás está decir que Camilo Sesto y Camilo Blanes son una misma persona.

Ahora me voy: Emmanuel y la bohemia iquiqueña

Entonces la música de Emmanuel aterrizó en la fuente de Soda Erika. Desde allí, el mexicano interpretaba a los parroquianos que se encerraban a beber cervezas, arrancando no sólo de las penas de amor, sino que también del sol inclemente del Iquique de los 80 que con dictadura, Zofri y corriente del niño, parecía quemar más. La verdad, lo dice bolero, es que el sol y las penas de amor, suelen ser incompatibles.

Como se dice ahora, en el imaginario popular cervecero del Erika, las danzarinas pilseners verdes y café (alguien dijo que las primeras eran para el pueblo y la segunda para los empleados), congestionaban las mesas vestidas de hule de colores chillones arrastrando el fresco olor del “pez frito” que el Nanito nos servía, multiplicándolos como los panes del hijo del Dios. Antonio, con la cabellera color ajo, vestido de negro miraba controlando el espectáculo mezcla de canciones de desamor, humo de cigarrillos y frases pronunciadas con el volumen más alto (los borrachos se hacen escuchar). Para Antonio, sin embargo, sus banda sonora la componía Leo Dan y Javier Solís. El primero le recordaba su amor prohibido cada vez que el argentino cantaba “Esa pared”. Cuando Gabriel Siria Levarios, que era el alías legal del cantante mexicano susurraba “Sombras nada más” provocaba más de un suspiro. “Las cosas comunes las tiras al aire” cantaba el mexicano. Y mientras tanto la gallá, arreglaba el mundo, lloraba o bien observaba como sus vecinos empinaban el codo a un ritmo, desbocado, por decir lo menos.

“El día que quieres me mandas con alguien, las cosas queridas de mi propiedad”, cantaba el torero, poeta y cantor. Entonces cada una de las biografías ahí presentes, parecía comulgar con ese tipo que hacía común los dramas de cada uno de ellos. Y claro, quien de lo que allí estaban, no se había ido de su casa echando en esa bolsa, donde a Emmanuel le cabía la vida, culpas, penas y una que otra rabia y esa sensación existencial que se resumía en esa frase: “el condoro que me mandé”.

El Erika campeó en los 80 con una soltura y majestuosidad pocas veces vista. Pero fue breve como su existencia. Duró que lo duró el éxito de Emmanuel. El Erika fue bella, insoportablemente, bella, bella. Allí, la noche era larguísima como la bondad de Antonio. Allí anidó buena parte de la bohemia de este Puerto Mayor y Popular. Allí los tatuajes de los hombre rudos, convivían con los crucifijos, con las poleras made in Taiwán, con las pulseras, anillos y gargantillas con la que el pueblo sabe sacarle lustre a su sentido del prestigio. El ambiente se llenada de voces que seguían al torero “El libro de versos que yo te leía...”, parecía resumir la ansías poéticas de hombres que nunca han reemplazado al bolero por la poesía. Porque dejemosnos de cuento, Emmanuel canta boleros en tono de baladas.

Calle melancolía

Te atraviesa como un dardo venenoso que da justo donde tiene que dar. Me desplomo lentamente en el siilón, barajo recuerdos y la melancolía me estremece una vez más. Siento los pasos de mi hija que se entretiene con sus amigos en el cyber espacio. Los fantasmas me toman por el cuello. “Viajo a bordo de un barco enloquecido, y voy pa ninguna parte. Ando sin encontrarte”. Lo demás es historia conocida. Abro el “refri” casi por instinto. “Si quieres encontrarme ya sabes donde vivo”. Me acuesto. No silbo melodias, menos en la escaleras.

Los 80 en el puerto mayor

Los años 80 en Iquique se estructuran en torno a dos hechos fundamentales para la vida de los iquiqueños. Ambos acontecidos en la década anterior. El primero tiene que ver con la violenta represión política que convierte a Pisagua, una vez más, en un campo de concentración, con todas las secuelas que ello implica, El segundo dice relación con la instauración del régimen de Zona Franca, y lo que ello significa, la masificación del consumo. La Zofri opera como un bálsamo para olvidar la pesadilla de la dictadura.

Son los años en que se escucha en forma clandestina al Quilapayún, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, entre otros. Años en la que el otro Rodríguez, José Luis, movía a todo el país con su “Pavo Real”. “Hipocresía” una canción de amor interpretada por “Los Pasteles Verdes” de Chimbote, provocaba una danza de cervezas sobre los manteles de hule de la fuente de Soda “Erica”. “Born in the Usa” o bien “Dancing in the Dark” de Bruce Sprinsgteen, nos traía un nuevo sonido del rock. Las noches de Iquique, de los años 80, eran noches furiosas.

Y los días también lo eran. La Zofri, nos enfrentó a la posibilidad cierta de hacer realidad lo que ni siquiera imaginamos que pudiéramos obtener, el automóvil, por ejemplo. La famosa piscola fue reemplazada por el whisky. La ciudad, al igual que a comienzos del siglo XX se llenó de rostros nuevos. Esta vez venían de Taiwan o de la India. Los más pobres con más entusiasmo que ropa en la maleta, se trasladaron de Vallenar, Ovalle y de más al sur, Gorbea, por ejemplo. Eran los nuevos enganchados, pero ya no del salitre, sino que de la Zofri.

“Nos llenamos de afuerinos” decía la voz iquiqueña apagada por el ruido de los autos japoneses. Por eso que en los años 80, en el deporte en general, y en particular, en el fútbol, los iquiqueños encontraron el modo de expresar una vez su descontento. Era, y en eso hay que ser claro, un descontento que se alojaba más en lo simbólico y remitía al inconciente de una ciudad que veía como se transformaba de caleta en puerto. “Deportes Iquique” nos mantuvo por cerca de una década, la de los ochenta, unidos en torno a una práctica masiva y popular. En el viejo Estadio Municipal, la celeste supo congregar a diez mil iquiqueños que gritaban “Cuántos somos, cuánto estamos” como una forma de pasar la lista, en un asignatura en la que la identidad, con tanta Zofri y afuerinos parecía condenada al fracaso.

En el extremo norte de la ciudad, la Zofri y su carnaval de baratijas ponía en duda una forma de vida comunitaria. En el extremo sur, en el Estadio Municipal, y domingo por medio, los iquiqueños reactualízabamos, ese espíritu de caleta que tanto nos identificaba. Dos polos opuestos que, sin embargo, con el tiempo no se tensaron, sino que se combinaron en la tensión paradójica de la caleta/puerto. Deportes Iquique expresaba la primera, mientras la Zofri, la segunda.

Los años 80 en Iquique fueron de abundancia. Los equipos de sonidos, los televisores, las sábanas y un sin número de baratijas le otorgaron a los hogares de la ciudad un aire especial. Era como si el salitre hubiese renacido. Pero también, el dolor se desplazaba casi clandestinamente por las calles aún con veredas de maderas. Los muertos de Pisagua y los desaparecidos clamaban por un funeral como Dios manda.
Emmanuel cantaba su “ahora me voy, no me lo repita” y Giani Bella, quería cantar sólo en el piano y que nadie lo molestara. “Frecuencia Mood”, cantaba como si nadie les creyera “Yo soy una dama”. Serrat estrenaba “En tránsito” mientras que Patricio Manns, desafíaba con su tema “La muerte no va conmigo”. La Zuñidla demostraba en la galería que el iquiqueño no sólo nace, sino que también se hace.

Saturday, December 06, 2008

Leo Dan, for ever

Ni siquiera Leo Dan puede entender el porqué de su éxito que empezó, con “Celia” por allá por los años 60. Seriamos demasiados injustos que le atribuyéramos al simple recurso de la nostalgia tal vigencia. La eterna contemporaneidad del baladista argentino está radicada en el mundo del misterio Hay que preguntarle al pueblo, pero éste no escribe y cuando habla es más bien lacónico. Al César lo que es del César. A Dante lo que es de Leopoldo.

Si fuera por el simple artificio de ese acto de cultivar la memoria, no sólo Leo Dan viviría solemne en el amplio territorio de la vigencia, en la banda ancha del dial de las radios AM y FM y en las miles de copias de CD pirateados que se ofrecen en el asfalto de cualquier ciudad. Las mujeres de Leo, llámense Estelita, Maritza o la sin par, Mary han encontrado la fórmula para seguir siendo jóvenes.

Gusta Leo Dan por su simpleza y porque en cada canción nos ofrece un retrato hablado de lo que somos. Sus canciones se inscrben dentro de la épica del amor/desamor; son tratados del amor escritos desde la mirada simple, que sin embargo hurga por las paredes más ocultas del corazón: “Que dolor que sentimos cuando a veces el amor...”; en breve, son canciones no aptas para siúticos.


Conocí a Leo Dan en la voz de un maestro albañil. Al Maestro Trujillo se le iba la vida, en plena mezcla de arena, agua y cemento, cuando cantaba “Celia” y sobre todo cuando se “hablaba de pasión”. Entonces Iquique seguía siendo una “villa grande y hermosa”. Y América Latina un gran laboratorio cuyos alquimistas se llaman Fidel y John, Castro y Kennedy, obviamente.

Leo Dan es el autor de gran parte de la banda sonora de la cultura latinoamericana que antes la imposibilidad de entender a Paul Anka o a Neil Sedaka, tradujo a la Diana por la Celia, a la Carol por Fanny. Pero a diferencia de la Nueva Ola, compuso todas sus canciones. El inglés no era su idioma.

Junto a Cantinflas, Daniel Santos, Lucha Reyes, Lucho Barrios y un largo etcétera, las canciones con nombres de mujeres y las otras también (“Una vez se da el corazón, y lo demás es sólo ilusión...”) se han enquistado en la memoria colectiva de los pueblos que ven en sus discos piratas (bambas) un espejo donde día a día, noche a noche, copa a copa, se recrea un tiempo en que a lo mejor había democracia, pero de seguro no existía el SIDA.

La contemporaneidad de Leopoldo Dante es la muestra de la pervivencia de nuestra nunca del todo acabada identidad cultural, una evidencia de la fragmentación de nuestros sueños, una advertencia a tanto MTV con su estética desenchufada. Leo Dan, es hoy, por hoy el icono eterno, sin contradicciones (no es Diego Armando Maradona), irrepetible y monógamo.

Su Mary, al igual que el Dios a quien abraza, le señaló un camino, que él afirma es expedito. Su conversión al evangelio, es la de miles de latinoamericanos que han optado por un nuevo camino. Nosotros sus fans, no tenemos ningún problema en declararnos dantistas, eso si, no por su religión, sino por sus canciones, que son himnos, que no es lo mismo, pero es igual.

La Carrá

La Rafaella Carrá nos hizo bailar en la década de los 80, al ritmo de esa canción cliché que decía que para hacer bien el amor hay que venir al sur. Y lo decía suelta de cuerpo, como si supiera que aquello era cierto. A mi la Rafaella, me recuerda al Dino’s Pizza, un local que estuvo frente al regimiento por la Avenida Balmaceda, y que tenía la gracia que las pizzas se podían comer en el auto, que no era mío por cierto. La otra virtud que tuvo es que una noche cualquiera, el fuego lo consumió como quien consumía esas apetitosas pizzas. Para entonces ese bocado hecho en Italia, pero condimentado en Iquique, no gozaba de la masividad que tiene hoy. Menos de esa entrega a domicilio que los estudiantes universitarios reparten, arriba de una moto con motor de licuadora. (¿Alguien se acuerdo del autocine?). Pero volvamos a la Rafaella.

De alguna manera fue la imagen de un destape que nunca llegó. Dueña de una silueta precisa y de una gracia perfecta, la italiana acompañada de su cuerpo de baile, nos sorprendió con sus finos movimientos y con una energía que nos dejaba con la boca abierta. Además cantaba. Y no lo hacía mal. Hay que recordar que la TV eran sólo dos o tres canales y que Telenorte no participaba de ese circuito. Y para qué, si teníamos al Payaso Pippo y sus personajes como el chino Chol Huán, entre otros. Hoy cuando la TV retransmite esos programas, la vergüenza toma forma de sonrisa. No se si de ingenuidad o de sarcasmo. O la mezcla de ambos. Sin embargo, hay que tener cuidado ya que hombres tan disímiles en ética y talento, se embobaron de la italiana que en el Festival de Viña del Mar del 82, se robó la película. Se trata de Umberto Eco y de Raúl Hasbún. Como para creer que en el cuerpo de esta mujer se eliminaba la lucha de clases.

La Rafaella encarnó muchas de las fantasías sexuales de una población reprimida como la nuestra. Estamos en los 80 no se olviden. Chile había hecho el papelón en el Mundial de España y el dólar de los $ 38 no aguantó más. En Iquique, la Zofri, nos deslumbraba con sus baratijas. Mientras que el olor a harina de pescado nos recordaba que aún seguíamos pegados en los años 70. Los tripulantes y los usuarios eran los dueños de la ciudad. Los primeros, donde Julio Prieto, bailaban “Fiesta” (Fiesta que fantástica esta fiesta, entre amigos y sin ti) y los segundos, bailaban la misma canción pero en el san Remo o en la Faro’s. que en ese tiempo estaba al lado del Cine Délfico. Por Gorostiaga había un clandestino que se hacía llamar “El Sinatra” donde la Carrá, sentó también soberanía. La geopolítica del placer de esos años, era ya variada. El Balkie contaba sus últimas horas. Sus fantasmas comen wantán en el chifa que hoy lo reemplaza.

Como aconseja la tradición, una humilde mujer, prisionera de sus desvaríos, fue bautizada por el implacable humor popular como “La Carrá”. Hoy que está de moda la nostalgia, señal de que anda algo mal con nuestro futuro, escuchar a la Rafaella es abrir un hueco en la máquina del tiempo, e instalarse en un Iquique que transitaba como la música la diva, de la caleta al mall. A ese tránsito la Carrá le puso sus caderas.

Adamo

Adamo, Salvatore cantó en Ripley allá por la década de los 60. Me corrijo, lo hizo en la Casa del Deportista, y mirando hacia el Mercado Municipal. Los iquiqueños cantaron “Un mechón de tus cabellos” y “La Noche” que pareció haberse inspirado en las nuestras que se iluminaban en el Camino, pasaban por el Ragú, no sin antes extrañar al Ludimar y que desembocaban donde Julio Prieto. Este itinerario, no era por cierto, del todo correcto. Algunos, estacionaban sus deseos en otros bares y otras esquinas. La ruta del placer era entonces más pequeña. En las páginas de los diarios locales no había espacio para los 09 de los placeres a la carta y a domicilio.

Mi prima Gloria tuvo la doble fortuna de estar en Ripley escuchando al italo-belga. Digo doble fortuna, porque Juan, su compañero de toda la vida la acompañó y cantó “y mis manos en tu cintura, pero mirame con dulzol...”. Adamo parecía responderle “porque tendrás la fortuna, de ser (tu) mi mejor canción”. Entonces eramos chicos y Adamo era solamente una música de fondo. Años después este cantor que según la Miriam “no aburre nunca”, habría de ayudarnos a modelarnos las nostalgias. La noche de Adamo, se impregnó de nuestro olor tan identitario como lo fue el de la harina de pescado. Nos motivó cierta rebeldía: “Cansado ya de aguantar a Papá...”.

El acento de Adamo nos recordaba al de los curas que habitaban en El Colorado o en la Plaza Arica como el padre Esteban que en vez de decir “cantemos todos” decía “Cantemos toros”. Huelga decir como el barrio imitaba el sonido de estos animales. Pero volvamos a Adamo que hoy está de moda. Se editaron cuarenta de sus canciones, de las cuales sólo veinte nos erizan la piel, ya que nos transportan al territorio feliz de la niñez y de la adolescencia, cuya música nos llegaba sin coreografía ni clips. Salía limpia la voz por las tres Am que habían y que radio Hergatur del Mercado de vez en cuando emitía también.

Adamo es, como se dice ahora un icono que el Mercado con su mano invisible, ha reinstalado en el imaginario popular y musical. La globalización ha despertado no sólo las identidades, sino que también la nostalgia que suele ser su mejor aliado. No en vano en el Puerto Mayor, hay dos radioemisoras que cultivan los recuerdos como en los mejores tiempos del tango y del bolero. Sólo falta que se edite la revista Ritmo, el Clan Juvenil, y que el Cine Amor vuelva a impresionarnos con sus historias de amor, que los New Demons y Los Angelos vuelvan a cantarnos, y que los grupos de rocks iquiqueños graben su tributo a Lalo Espejo y sus boys, tan nuestros como necesarios.

Adamo, el italo-belga que cantó en Ripley, hubo de desconcentrarse cada vez que el olor a hot-dog salía del Café O’ Estadio, en ese entonces uno de los mejores de la ciudad, tanto el local como los completos como le llaman hoy. De tarde en tarde escucho a Adamo y termino cantando “con ilusión castillos levanté, los vi caer perdí la fe”. Se adelantaba el hombre a los años duros que pronto tendríamos que vivir. Nos fuimos en Bandolera.

Luis Alberto

La historia de la música popular iquiqueña, sobre todo aquella que se regía bajo el protocolo del rock y de la nueva ola, es bastante rica. Sin embargo, no se ha escrito mucho sobre ella. Hubo dos grupos musicales emblemáticos que modelaron el gusto, la moda y el imaginario de los jóvenes de entonces. Los New Demonds y Los Angelos. Y por cierto The Ralbepp, que echó la semilla en aquel surco cuya planta en forma de disco 45 rpm, habría de agitar los tocadiscos y el dial de las tres radioemisoras de esos años.

Los dos grupos que grabaron discos, cuestión que en esa época era casi una odisea, se caracterizaron entre otras cosas, por la calidad de sus músicos y sobre todo de sus vocalistas. Eduardo “Lalo” Espejo y Luis Alberto. Ambos eran modelos a seguir. Poblaron el imaginario citadino con sus gestos, formas de vestir y de caminar.

Mi relación con ellos es por cierto de admiración. Con Lalo Espejo me une un cariño que creció siendo un adolescente que fanaticaba con ese grupo en la que el “Loro” Boero y el “Pato” Pineda, entre otros, renovaban la música popular del puerto. Luis Alberto ha sabido cultivar cierto aire de misterio que le queda tan bien como esos trajes de moda Mao de color verde con la que se presentaban en el parque Balmaceda. Con ello quiero decir que a pesar de no ser su amigo, lo siento como tal. Nació el año 1943, estudió en la escuela 3 de El Morro y se crío palomillando en Obispo Labbé con Latorre.

Mientras escribo estas notas escucho su grabación en ese disco 45 rpm que nunca he podido conseguir. No lo he tenido a la vista como diría un notario. Pero si habita en ese jardín de la memoria que cultivan tan bien los iquiqueños. Nuestros músicos como Carmelo Dávila, Luis “Checho” González, Waldo Pardo entre otros, merecen que sus nombres se integren en la gran enciclopedia del puerto grande.

Luis Alberto sintetizaba muy bien el sueño del pibe del barrio. Es que cualquiera de nosotros podía haber sido como él. Pero la diferencia estaba en el talento. Y esa es mucha, pero mucha diferencia. Nacido del barrio y formado en la escuela del mismo barrio, supo encontrar en la música popular su carné de identidad. Los Angelos, estaba compuesto por Lucho Vega, Darío Ojeda, el "Chico" Freddy y Juan Carlos Marambio. Grabaron “El Milagro de tus Ojos", un tema de José Julián. “Cada vez que pienso en ti, nace un mundo dulce y nuevo…”, en la voz de Luis Alberto Cejas, encendías las pupilas de todas las mujeres que agradecían que el rock también se hiciera en Iquique.

Me gustaría que los músicos jóvenes que hay muchos tributaran la memoria de sus padres encarnados en Los New Demonds y en Los Angelos. Un disco tributo en que compartan las voces y los sonidos, los de ayer y los de hoy. Un disco que opere como puente entre generaciones. Es muy probable que los muchachos de hoy, sus padres o abuelos, los hayan concebidos teniendo como marco de fondo el sonido de Los Angelos y la voz inconfundible del “Negro” Luis Alberto.

“Pato” Pineda


En Rafael “"Pato"” Pineda parecía resumirse buena parte del imaginario juvenil de los años 60. Autor de “No llores por amor” y “Todo pasó”, canciones/emblemas de la juventud iquiqueña que quería conectarse al mundo, a través de la música popular, Aún, en las ruinas del Ragú, que quedaba donde el diablo perdió el poncho, se escucha: “Yo se que sufrirás/ mucho lo sentirás/ más nunca llores, por amor; canción de desamor que una iquiqueña ingrata inspiró a este flacuchento que se apodaba “Pato”. En ese 45 rpm, los New Demonds, fueron nuestros escarabajos. Allá Lennon y Mcartney, acá Pineda y Espejo. Pineda fue el icono de las mujeres de entonces que veían en él, al galán que habría de llevarla al altar de la Catadral de la calle Bolívar. Actuó también en la fotonovela del Cine Amor. Aquí lo veo en esa revista, en la portada, junto a Carmen Huerta. Santiaguino de nacimiento, llegó a Iquique a la edad de 12 años. Estudió en el IEC, y poco antes de egresar fue expulsado, por estar fumando en el “camino”. (Y fumaba cigarrillos, de esos que anuncian en el TV). El director que lo expulsó, de continuar, el colegio estaría vacío, ya que tendría que haberlo botado a todos). ¿Porque escribo de Rafael Pineda Alarcón?

Escucho a los New Demonds, mientras voy asumiendo -si es que se puede- la muerte de Rafael Pineda. Las tardes/noches iquiqueñas en pleno carnaval eran animadas por la música de ese emblemático conjunto que empezó llamandose "The Rainbows" (Los Arcoiris). El IEC (Iquique English College) tenía una estatura y una alcurnia que los hacía diferente al resto de los colegios. Es que era un colegio de gringos. El año 1966 fue invitado a participar como tecladista de un grupo musical iquiqueño "Los Demonios". Llegó a ser su director e invitó a cantar a Lalo Espejo. Cuento corto. Nacen "Los nuevos Demonios" más conocidos como "The New Demons". El inglés fue la lengua de estos muchachos que bajo la inspiración del "Pato" Pineda, arrasaron en la dial local y en cuanta fiesta se organizara en ese Iquique que olía a floripondios y a harina de pescado.

Hoy cuando un cierto aire de nostalgia parece apoderarse de este Iquique tan querido, es bueno, respirar hondo y escuchar las canciones que Pineda compusiera y que Lalo Espejo tan bien cantara. Es bueno que las radios locales, como lo hicieran con el “Coke” Iturra, hagan una cadena de los recuerdos y muestren a los que aún no nacían, estas obras de iquiqueños que tradujeron la nueva ola que cantaba en inglés a nuestra lengua changa/pampina y aymara.

Atesoro ese disco 45 rpm y ese Cine Amor donde Pineda esboza su mejor sonrisa. Esa música y esa fotonovela constituyen también buena parte de lo que somos. Estamos hechos de recuerdos y sólo recordamos los buenos. No lo conocí, pero hemos construido una leyenda en torno a ese grupo que fueron Los New Demonds. El 2 de noviembre murió lejos de su tierra, pero sin duda alguna, antes de cerrar sus ojos para siempre, habrá recorrido nuestras veredas de madera, que se rindieron antes los compases del “Todo pasó” y del “No llores por amor”.

Galván, Manolo

Galván, Manolo fue el cantautor de los setenta que nunca se llamó como tal. Tenía una voz pastosa y una barbilla de pintor surrealista. Le hizo en agradecimiento una canción a Viña del Mar de la que nadie, al parecer se acuerda. Yo si, pero no mucho. Pero está en el pendrive de la memoria:

Serena como un cielo de verano
Tendiéndome su mano
Me dijo que hay caminos con espinas
Que dañan las vidas
Que ya no necesita mis palabras
Que quiere andar su vida ya sin mí
Y descubro que mi orgullo era mentira
Y de nuevo con mis lágrimas dije así:


“Te quise, te quiero y te querré” cantaba en son de amor eterno, casi militante, ortodoxo. Sus canciones limitaban con la poesía de tarjeta Village lo que para la época no estaba mal. Acuérdense que en esos tiempo se vendía en forma de afiche el epigrama de Ernesto Cardenal: “Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido…” una especie de libro de contabilidad de amor, en la que siempre gana el que saca las cuentas. Algo falló porque el enamorado se nos metió a cura, a guerrillero, a ministro, pero siempre fue cura.

Te quise, te quiero y te querré (Coro 1)
De la forma que tu quieres que te quiera
Y no hay nada ni nadie
Ni lo habrá
Que me pueda hacer pensar de otra manera
Me dices que me vaya yo me voy
Pero mi alma vivirá en tu habitación
Te dije, te digo y te diré
Que te quiero más que a nadie
Y te querré de la forma que tú quieres que te quiera

Otra de Galván. La del abuelo, un himno a la tercera edad o al adulto mayor, palabras que no se conocían. Narra las desventuras de llegar a viejo. Serrat tiene un tema parecido, pero el pueblo, el memorioso prefiere la de Manolo. El pueblo tiene razones que el cantautor ignora.

En mi barrio, un trío de oro, le cambió la letra y se la dedicó al Marcelo “Burro” Herrera. “Por que te marchas Marcelo…”. El Toni, el Mincho y la Oveja” se dieron un festín etnográfico con el barrio. En la canción que ellos adaptaron está todo el barrio de la Plaza Arica. Creo que Galván no sabe de esa adaptación.

El trío criollo del barrio, ya no existe, el Toni se dejó morir del mejor modo que pudo, se reventó el hígado a golpe de vino tinto. Lo que no tuvo en vida se lo dimos en el funeral.

Galván, Manolo fue el Silvio y el Aute de esos años del japping y de la dictadura, de la Zofri y de Pisagua, del Liceo Escasce y de CIDEC (¿te acuerdas gitana?).

Hoy lo tengo en la memoria fresquita como si fuera pan calientito del Mercado.

Grande Manolo, no te me mueras nunca.

El Dulce Abismo

Cuando me fui estaba de moda “El dulce abismo” de Silvio.

Hablo de los años 80, años duros, en “que no había luz ni optimismo, pero había un sin fin latente bajo el dulce abismo”.

Me fui, repito con mi maleta y esa canción que tarareaba a más no poder. Yo me iba “y tu cuidabas el huerto. Regresaré del sol que alumbra el dulce abismo”.

Cuando regresé ya no había huerto, abismo si, pero ya no era dulce.

Rocío no te mueras nunca

Como yo te amo como yo te amo
convéncete nadie te amara
como yo te amo olvídate
nadie te amara

Los años 80, la ciudad Iquique, la fuente de Soda, “Erika”, su dueño, Antonio. La Zofri nos mareaba con sus miles de luces, sus autos, sus exprimidores de limones, sus equipos de sonido. En la clandestinidad o en la semi, pero igual te ibas preso y no semi, nos las arreglábamos para hacer lo posible. ¿Qué era lo posible entonces? Casi nada. Resistir era un deseo. De mano en mano una cassette de Silvio Rodríguez. Lectura en grupo de la revista “Mensaje” y nada más. Cada semana en una casa distinta. No vaya a ser cosa qué. Los vendedores de AFP o de Isapre, modificaron el paisaje de la ciudad. Se les olía a lo lejos. Era el ejército del modelo económico en pleno movimiento.

Nadie porque yo
te amo con la fuerza de los mares yo
te amo con el ímpetu del viento yo
te amo en la distancia y el tiempo yo
te amo con mi alma y con mi sangre yo
te amo como el niño a su mañana yo

Entonces la Jurado cuyo nombre era Rocío, alegraba las noches de esa bohemia enclaustrada entre el cerro y el mar de este puerto que lloraba en silencio a Freddy Taberna. Las cervezas danzaban sobre el mantel de hule. El humo, en plena dictadura se podía fumar libremente, nos envolvía como la camanchaca de la pampa.

Te amo como el hombre a sus recuerdos yo
te amo puro grito y en silencio yo
te amo de una forma sobre humana yo
te amo en la alegría y en el llanto yo
te amo en el peligro y en la calma yo
te amo cuando gritas cuando callas yo
te amo tanto yo te amo tanto yo

La palabra feminismo aún no aparecía en el argot de la academia, menos en la calle. La resistencia a la dictadura, sobre todo, en la primera etapa, era masculina, aunque las mujeres fueron las primeras en salir a la calle. Pero el Partido era masculino, el militante también, el panfleto ni que decir.

La calle del barrio era cosa de hombres. En ésta, sólo caben los hombres y las putas, sobre todo si es de noche. En el amaneces se encontraba la mujer del barrio rumbo al mercado, con la puta rumbo a la ruca.

En el “Erika”, Antonio ponía el orden con ese pelo cano y ese porte, y esa belleza que según mis amigas, era un desperdicio. “Un tipo tan atractivo y que se le quede la patita atrás”.

Pero volvamos a la Rocío. Tenía cara de mujer de barrio. De esas que lavan ropa ajena. Como ella, muchas amaban al hombre que la Rocío amaba. Por eso que se metió en la piel de todos los parroquianos que les basta una media docena de cervezas para darse cuenta que estabán enamorados.

Como yo te amo recuérdalo
nadie te amará
como yo te amo olvídate
nadie te amará
nadie te amará
nadie porque yo...

Pero daba lo mismo. La Rocío se nos transformó en la mujer valiente que machacaba su amor. Los suspiros entre cerveza y cerveza, se hacían sentir. La danza de botellas verdes y café de esas cristales bien heladitas nos daban más valor.

Wednesday, December 03, 2008

La Casa del Deportista


Con la demolición de la Casa del Deportista construida en 1968, el llamado centro comercial de Iquique, empieza definitivamente a perder su fisonomía cultural.

Aunque a decir verdad, ese monstruo de hormigón armado no representaba en nada el estilo iquiqueño de construir. Sin embargo, esa gran mole, fea por cierto, tuvo su encanto y su belleza en el uso que se le dio. Fue como dicen los comentarista un “coliseo deportivo con un largo historial”. Fue el producto de una larga lucha en plena época de las banderas negras. Demolidos el “Garden Ring” y el “Castro Ramos”, el deporte se empezó a quedar huérfano de recintos deportivos. La Casa del Deportista fue el albergue y la nueva referencia. Su historia resume en buena parte la historia social, cultural y deportiva de la “Tierra de Campeones”.

Fue una obra de progreso para su época. Más aún si se hizo en pleno centro, lo que venía a respaldar la intensa actividad deportiva de esos tiempos. Demolida la Ilustre Municipalidad y en pocos días más la Casa del Deportista, uno se pregunta que se irá a construir allí. Se habla de un mall. En diagonal, la tienda La Ideal, el gran referente de la vida comercial iquiqueña, dio paso a una fealdad de vidrio que no se compadece en nada con nuestro patrimonio arquitectónico. Y los ejemplo suman y siguen. De allí que sea legítima la pregunta y urgente la respuesta acerca de lo que allí se va a construir, cómo y qué diseño va a tener. Me atrevo a decir que la Plaza Condell y el puesto de revista de Manuel González, la tienda La Riviera y La Francesa por la calle Serrano son los emblemas de un Iquique tradicional. Esos negocios viven rodeados por el mal gusto en cuanto a construcción se refiere.

Cuando se presentó en público el proyecto de la restauración de las casas donde funcionó la Universidad del Norte, sede Iquique, nos alegramos, ya que por fin se valoraba el patrimonio arquitectónico. En esa perspectiva la Compañía Minera doña Inés de Collahuasi ha entendido el sentir de la comunidad iquiqueña al embarcarse en ese proyecto.

Construir un edificio en Tarapacá con Vivar donde majestuoso e inútilmente vivió el único semáforo que hubo en Iquique, es una tremenda responsabilidad. Construir es intervenir un espacio público que tiene demasiada historia. La vieja Recova iquiqueña y la Casa del Deportista ocuparon esos espacios donde se desarrolló lo mejor de la vida cotidiana de nuestros padres y abuelos.

La empresa que construya tiene una gran responsabilidad histórica y estética. Se debe armonizar con lo que hay y con lo que vendrá. El rol de los organismos fiscalizadores y competentes es de vital importancia, para así generar una identidad de este sector. Lo que menos debe hacerse es crear un híbrido donde la armonía no esté presente. Nadie pide que se construya de madera. Pero, si tenemos el legítimo derecho, por ser un espacio público y ciudadano, de exigir un tipo de construcción donde intervenga el buen gusto, la historia y el futuro entre otros aspectos.

Una pregunta y una petición para don Adrián Rivas, presidente del Consejo Local de Deportes ¿Qué pasará con las pinturas del Tani y Godoy?. Y la pedida es: me podrá regalar el letrero del sponsor más tradicional de Iquique: Fuente de Soda “El Dándalo”. Gracias.
Ultima pelea de la noche

Con sendas veladas boxeriles que se llevaron a cabo el 9 y 10 de marzo, la extensa familia del box, despidió a la Casa del Deportista. Lo del viernes fue un ajuste de cuenta con el pasado. La estética y el rigor de los años 50 estuvieron presentes como dicta el bolero “Parece que fue ayer”. Era el cielo estrellado con tantos campeones de Chile comulgando con la nostalgia. Tuve la suerte de conocer en vivo a Guillermo Vicuña Cisternas (lo conocía por la revista Estadio) y a Juan “Chucheta” Díaz, alternar con el “Oso” Manque, abrazar a Mario Gárate, palmotear al “Yoma” Guerrero, dialogar con Rafael Prieto, bromear con el gran Joaquín Cubillos, darle la mano al “Chita” Silva, y sobre todo admirar una vez más a “Maravilla” Prieto. Lo del viernes, insisto fue un ejercicio de nostalgia. Fue cultivar el jardín de la memoria, añorando un Iquique deportivo que encontró en el box su mejor carta de presentación.

La Casa del Deportista, fue el mejor referente deportivo que tuvo Iquique. Y lo fue no sólo del deporte, sino que también de lo social, cultural y político. La vida social del puerto hallaba en este recinto de hormigón armado su mejor caja de resonancia. Escenario de shows musicales como el que protagonizó Salvatore Adamo, la actuación del Circo de Praga, la memorable pelea de “Maravilla” Prieto con Raúl Astorga, hasta el histórico partido de básquetbol que protagonizó el comandante Fidel Castro, vistiendo la camiseta del Iquitados (aunque mejor le hubiera sentado la La Cruz), pero en fin. Sin embargo, también tuvo días oscuros, como aquel 5 de noviembre de 1966 cuando se clausura por insalubre.

Fueron famosos sus personajes. Arturo Carreño, el más querido de todos que animó con su sentido de humor las noches del deporte. O aquel cuidador que cariñosamente le decíamos “El Monje Loco” por su parecido a la caricatura de la revista mexicana. Las noches del básquetbol de verano fueron clásicas. Inolvidable la barra de La Cruz que animó a los crucianos, con canciones y talla de la mano del Tony y la “Oveja, el “Loco” Miguel y tantos otros. Fue la mejor barra, la mejor organizada que movilizaba a la Plaza Arica para animar al “Mario Olivares” o al “Santiago White”.

Sin duda, la Casa del Deportista fue el escenario del box. Y para ello fue construida gracias a la labor del Dr Raúl Sierralta y otros tantos dirigentes. Allí los peloduros tejieron sus sueños de campeones de Chile, lo mínimo a lo que podían aspirar.
El box estuvo asociado a la Banda del Litro, otra referencia indiscutible de esta actividad. Por ello, la noche del sábado fue reconocida por la Asociación Centro que, además venció con holgura a los peruanos. Pero, el estética del box está incompleta sin refererirse a los personajes que desde la galería resumen la pelea en un par de frases. “Chambeco” fue uno de ellos, y quizás el mejor. En la época del box estudiantil el “Rubio Gómez” fue el cronista de la talla. Como aquella que me contó el campeón latinoamericano Guillermo Vicuña Cisternas. Se enfrentaba el “Tuerto” Astudillo con el “Tuerto” Sánchez, el árbitro era el “Tuerto” Tapia. Era tan mala la pelea, que desde la galucha alguien gritó: “Chucha, la pelea pa’ tuerta”. Con la tallas del box, hay para escribir un libro. El sábado, la anécdota corrió por cuenta del locutor, quien anunció el enfrentamiento entre iquiqueños y peruanos y que para evitar groserías al interpretarse los himnos nacionales, le pedía al público ponerse de pie, para cantar el... “Himno a Iquique”. Después la canción del adiós y fuera los seconds.

La historia por los poros

En Iquique el que no es campeón de Chile es historiador. Cada uno de los iquiqueños guarda celosamente en su velador un libro o un recorte de historia de algún episodio de nuestro pasado. Otros, evocan a aquel pariente que murió o bien que se salvó de la matanza en la escuela Santa María. El colmo es cuando coincide en una misma persona el historiador y el campeón de Chile. No conozco a ese privilegiado. Aún no tengo el gusto.

Siendo Iquique una ciudad donde la historia con mayúscula es parte vital de nuestro modo de ser, llama la atención que ésta no se refleje en nuestra vida cotidiana. Llama la atención que no haya ningún letrero -señáletica le llaman ahora- que indique, por ejemplo, en qué casa de la calle Baquedano se constituyó la Junta que derrocó a José Manuel Balmaceda. O que señale el sitio donde se imprimía “El Despertar de los Trabajadores”, o lo que quedó de la casa de John Tomas North. Y que decir, del monolito a los mártires de la escuela Santa María que alguna vez hubo en el Cementerio Nº 2.

Llama la atención también que las casas donde nacieron los poetas María Monvel y Oscar Hahn no tengan ninguna señal distintiva, como tampoco los años en que la feminista Teresa Wilms Montt vivió en el puerto mayor. Lo mismo sucede con los novelistas María Elena Gertner y Luis González Zenteno. En el campo de la música popular, no quedan huellas del paso de Gilberto Rojas, autor del vals “Iquique” ni de Santiago Polanco Nuño autor del tercer Himno a Iquique. En las artes sucede lo mismo con Enrique Campuzano. Y la lista puede ser interminable.

El depósito de la historia deportiva, por ejemplo, el museo, obra y gracia de Hernán Cortés Heredia, quedó embalado en cajas en la calle Baquedano. Ahora que el intendente es Patricio Zapata, tenemos esperanzas que nos entregue una casa digna para el Museo del Deporte. Su paso por la Digeder debería comprometerlo con esta idea que alguna vez Patricio de Gregorio ofreció.

Lo anterior resulta fácil de explicar. Esta ciudad, a nivel de sus gobernantes, sufre de desmemoria y de desconocimiento histórico. Maravillados por el oro de Miami, entienden que el pasado es un lastre y no una fuente de inspiración para el futuro. De allí el desapego a lo que fuimos; de allí la amnesia; de allí la bronca con la historia.

Los poros de Iquique traspiran esa historia con mayúsculas. Esa historia que nuestro Luis González Zenteno definió como mezcla entre rebeldía y fatalismo. De ese producto nos alimentamos y nos alzamos “los hijos del salitre”. De allí la queja y la rabia.

Hijo del Salitre

El año 1952 se edita por primera vez la novela de Volodia Teitelboim “Hijo del Salitre”. Catalogada bajo el rótulo de novela social, el Premio Nacional de Literatura relata la masacre ocurrida el 21 de diciembre de 1907 en nuestra ciudad.

Pone en el centro del relato a Elías Lafertte, quien presenció la matanza siendo muy joven. “Hijo del Salitre” es de alguna manera la historia novelada de parte importante de la vida de ese dirigente comunista. Digo parte importante, ya que producto de ese genocidio, el joven Elías abrazará la causa del proletariado, ingresando al Partido Comunista. Su encuentro con el “Maestro”, Luis Emilio Recabarren le abrirá las puertas para ingresar a las luchas sociales de nuestro país. Tiene cuatro capítulos: La Aspera Mañana, Vamos al Puerto, Sábado Negro y El Canto a la Pampa.

Volodia gracias a las informaciones que le da Elías Lafertee reconstruye de un modo bastante apegado a la realidad, las condiciones de existencia de la pampa y de Iquique. La vida en Huantajaya y en la Oficina Ramírez, entre otras, son narrada de un modo creíble, alejado de la maqueta y del clisé.

La narración del autor de esta novela hay que entenderla desde la posición de Volodia. El es comunista y por lo tanto, cuestiona la opción de los dirigentes de la huelga del 1907. “No es nuestro camino” dice, en alusión al pensamiento anarquista que profesa Brigs. Entre otros.

Reconstruye el ambiente que vivía la ciudad de Iquique en los días de la huelga. Las tensiones entre los dirigentes y las autoridades, los temores de la aristocracia salitrera y la prepotencia del abogado Viera-Gallo. La vida del comercio en los alrededores de la Plaza Montt y las tertulias en el Club Inglés son contadas con gran naturalismo.

El momento culminante de la novela, el de la matanza del 21 de diciembre, el diálogo entre el general Roberto Silva Renard y sus ayudante, son descritos sin caer ni en la cursilería y menos aún en la caricatura. Un escalofrío recorre el cuerpo cuando las ametralladoras y luego las bayonetas le van quitando la vida a los inocentes.

Cae sin embargo en los tópicos que cae casi toda la novela obrera. Construye caricatura de los bolivianos (¿aymaras?) y de los obreros que pertenecen a los bailes religiosos. Es comprensible, es la época en que la religión es considera como un opio del pueblo, y en la que los indios son tipificados, como esencialmente conservadores.

Lo anterior, sin embargo, no le resta méritos a esta obra. Si en esa época su lectura fue necesaria, hoy lo es más aún. Mantiene la frescura y la vigencia. Ante el silencio de la historia, la novela de Volodia Teitelboim se constituyó en una pieza que narraba lo que la tradición oral se empecinaba en contar. Una novela épica sobre un hecho que no debemos nunca más olvidar. La portada de Pedro Lobos, una joyita. A la construcción de memoriales se le debe sumar la lectura de esta pieza literaria.

Sunday, November 26, 2006

Iquique y Valparaíso de la mano de Víctor Acosta

En los años 50, en las casas de Iquique se escuchaba el vals Iquique, jamás te olvidaré, grabado por el sello Odeón. Años más tarde, al volver escuchar ese disco supe que su autor era Víctor Acosta.

Víctor Acosta es además el autor del vals La Joya del Pacífico, dedicado a Valparaíso, y que inmortalizara Lucho Barrios. El primer vals citado de Víctor Acosta, ha sido regrabado en la voz de Walter Chamaca, y la orquesta de Mario Berríos, en el Disco Compacto Las canciones del Chumbeque a la Zofri, Volumen I y II. En él se recupera a este autor y cantante, quien en el disco 78 rpm, hizo bailar al Iquique puerto-caleta deprimido de la época post-boom del salitre, que transcurre entre los años 30 y los 60.

Víctor Acosta, al juzgar por estas dos canciones pecó de adulterio. Amó a Iquique como si fuera Valparaíso y viceversa. Compartió lealtades con los dos puertos principales de Chile, y de pasó los hermanó. El puente musical que une a los dos puertos lo ayudó a construir este artista.

El amor profesado a Iquique, clandestino tal vez, lo expresa de este modo el cantautor: “Es un amor que nunca olvidaré/ entre mi pecho vive escondido/ Puerto de Iquique/ tú bien lo sabes/ que yo jamás, jamás te olvidaré”.

A juzgar por la información que poseemos Víctor Acosta se paseó por toda la geografía chilena, acompañado de sus guitarras, y de Italo Martínez, Willie Zegarra y Juan Ibarra, entre otros. Participó en circos, animó veladas teatrales, y como si lo anterior fuera poco, compuso valses como los ya reseñados.

El vals que comentamos tiene la particularidad que entrega valiosas informaciones sobre la vida social de Iquique, y que ahora parecen estar en retirada. El Carnaval, y su entierro en Cavancha, el teatro Nacional -consumido por un voraz incendio el 25 de noviembre de 1970- el Shangai un salón de baile de los años 40, son algunos de los hitos fundamentales de la sociabilidad popular iquiqueña de aquel entonces.

Es el Iquique que lucha desesperadamente por salir de la crisis. La desesperación ha llegado a tanto que el 21 de mayo de 1957 la ciudad amanece con la bandera chilena a media asta en señal de protesta contra el centralismo santiaguino. Sólo el deporte, que gatilló la feliz expresión “Iquique, tierra de campeones” hizo el milagro, por lo menos a nivel simbólico, que el centralismo no olvidara a los iquiqueños. Pero volvamos a nuestro cantautor, como se dice ahora.

Víctor Acosta recrea la vida bohemia que todo puerto que se precie de tal necesita para definirse. Si Valparaíso tuvo su Roland Bar, Iquique tuvo su Bar Inglés, su American Bar y su Bar California, que formaban un triángulo, camino al puerto. El humor popular, prefirió la copia al ingenio, y los bautizó como el Triángulo de las Bermudas.

El vals en comento es una declaración de amor a Iquique y es, a la vez, un juramento de fidelidad que todo amante que se precie de tal necesita manifestar: la voluntad del no olvido. Cosas de enamorados, por cierto.

Los recuerdos de Iquique son la principal levadura para hacer fermentar ese amor. Dice Acosta: “Es por eso que viven en mi mente/ los recuerdos que nunca olvidaré/Iquique glorioso te recuerdo/ y jamás yo te olvidaré”.

El legado musical de Víctor Acosta es prácticamente desconocido en la actualidad. Su biografía sigue siendo un misterio. Recuperar su contribución musical, socializar su canto y su música, parecen ser tareas urgentes.

En un país tan dado al olvido y a la mala memoria, cada vez que cantemos La Joya del Pacífico y el Iquique jamás te olvidaré, un rumor de olas de Cavancha y de Las Salinas, del Bar Inglés y del Roland Bar, le estarán homenajeando.

Ahora que Valparaíso es Patrimonio de la Humanidad, los porteños entre otras tantas obligaciones, deberán rescatar del olvido a Víctor Acosta.

Iquique, jamás te olvidaré
Víctor Acosta

Es un amor que nunca olvidaré
entre mi pecho vive escondida.
Puerto de Iquique
tú bien lo sabes
que yo jamás, jamás te olvidaré
Recuerdo yo aquellos días
tan felices en pleno carnaval
recuerdo yo aquellos bailes
tan hermosos en el viejo Nacional.
Es por eso que viven en mi mente
los recuerdos que nunca olvidaré
Iquique como te recuerdo
y jamás yo te olvidaré.

Pueblo iquiqueño yo te recuerdo
cuando en Cavancha enterrábamos el Carnaval.
tanto amigos, yo los recuerdos
cuando en las noches bailábamos
en el Shangai
Recuerdo yo esos días tan felices
en pleno Carnaval,
recuerdo yo aquellos bailes
tan hermosos en el viejo Nacional

Es por eso que viven en mi mente
los recuerdos que nunca olvidaré
Iquique, glorioso te recuerdo
y jamás te olvidaré.


La Joya del Pacífico
Víctor Acosta

Eres el Arco Iris de múltiples colores
tú Valparaíso puerto principal
sus mujeres son preciosas margaritas
son sirenas encantadas de tu mar.

Al mirarte de Playa Ancha lindo puerto
ahí se ven las naves al salir y al entrar
y el marino canta esta canción
yo sin ti ni vivo puerto de mi amor

Del cerro Los Placeres yo me pasé la Barón
me vine al Cerro Alegre detrás de un amor
se fue al Cordillera y yo siempre detrás
porteña buena moza no me hagas sufrir más.

De mis primeros años yo quise descubrir
el misterio de tus cerros jugando al volantín
como mariposas que salen de las rosas
corrí por los cerros hasta el último confín.

Yo me ausenté de ti puerto querido
y al regresar de nuevo me puse a contemplar
la Joya del Pacífico te llaman los marinos
y yo te llamo encanto como Viña del Mar.

La plaza de la Victoria es su centro social
la Avenida Pedro Montt como tú no hay otra igual
más yo quisiera cantarte con todo el corazón
Torpedera de mi ensueño, Torpedera de mi amor.

Todavía... Iquique

¿Qué sabemos de las calles y veredas de Iquique, de sus casas y edificios, de sus hábitos en general que nos remitan a lo que fue esta ciudad-puerto? ¿A quién recurrir para encontrar trazos de esos aspectos que por lo general la historiografía clásica no toma en consideración? Por último ¿cómo registrar las percepciones y auto-percepciones que los iquiqueños y no iquiqueños tienen de esta ciudad? Estas y otras preguntas son las que en este capítulo pretendo responder con el aporte de escritores que han recreado parte importante de la vida de Iquique.

Explicitar las percepciones y auto-percepciones del Iquique de fines de siglo pasado y principios de 1900, sólo se puede hacer a través de la reconstrucción, apoyada en documentación de tipo histórica. Sin embargo, la ausencia de materiales de este tipo, obliga a revalorar otro tipo de fuente: la literatura.


El cuento “Todavía” (1989) del nortino coquimbano Carlos León (1916-1988) ambientado en Iquique en los primeros años del siglo XX, entrega interesantes noticias acerca de nuestra ciudad. Así por ejemplo, a nivel de la vida cotidiana es útil saber acerca del uso del agua salada. Cito a León: “En un ángulo del patio estaba el cuarto de baño, vestido con un artefacto gigantesco, con dos llaves: una para el agua dulce, la otra para la salada”. Aludiendo a que Iquique era verano todo el año señala: “ Dada la naturaleza del clima, nadie se bañaba con agua caliente”.

En relación a los techos de la ciudad., Carlos León agrega: “Como los tejados, en Iquique, eran planos, debido a la carencia de lluvias, nos desplazábamos por ellos como si fueran verdaderos bulevares”. Estos, a su vez estaban cubiertos de conchuelas: “Sin embargo, no podíamos sentarnos, pues los techos de Iquique, planos, estaban cubiertos de conchuelas calcinadas que cortaban como cuchillos, por lo que no convenían pisarlas” . Para qué servían las conchuelas. El mismo León nos contesta: “Ese sistema pretendía impermeabilizar las casas, en caso de lluvia”.

La vida social giraba en gran parte en torno al cine. Recomienda: “Convenía sentarse en el centro de la platea. Era el lugar más seguro, pues desde la galería, tan pronto se apagaban la luces, una lluvia de proyectiles caía sobre los espectadores: trozos de empanadas, pedazos de pan, cáscaras de maní, mientras se dejaban oir chirigotas, apodos pertenecientes a los de platea, carcajadas estrepitosas y ruidos ordinarios que hacían reír a la galería en forma estentórea. No pocas voces se escuchaban gruñidos y ladridos de perros”.

Sobre el Carnaval y sus comparsas, nos dice: “La del Morro, el mío, era bastante extensa. En una de ellas vi una vez, a la cola del desfile, una bellísima prostituta, acompañada de un funcionario de la Caja de Ahorros, tomados de brazo, casi cayéndose de puros borrachos, penetrados, sin embargo, de una alegría demoníaca y gritando como condenados”.

Al caer la tarde se jugaba a la chaya en Cavancha: “Por la noche tanto en el paseo de Cavancha como en las plazas de la ciudad, se jugaba a la chaya. Los de mala índole mezclaban el papel picado multicolor con aserrín pintado y lo deslizaban por los escotes de las muchachas. Este singular confetti producía tal picazón que las afectadas, aparte de rascarse con frenesí, iniciaban movimientos de un orden casi pentecostal, concluyendo impotentes por regresar a sus casas para rascarse a gusto, tomar una ducha y cubrirse de polvos talcos”.

Retrata al Iquique de la crisis de los años 30. Dice: “En el barrio no queda ya nadie: algunos fallecieron, otros emigraron para la época de la crisis. Se crearon ollas del pobre y hasta gente amiga nuestra no tenía que comer” .

Carlos León pinta un Iquique que vive sólo en el territorio de la nostalgia. Leer a este escritor es encontrarse con el puerto del boom y de la crisis del salitre.

De la Plaza al Mall

La historia de Iquique puede ser vista también como la pérdida paulatina de los espacios públicos, orientados al desarrollo de la sociabilidad. La inexistencia de clubes sociales, sedes sociales, y sobre todo de lugares como plazas es sintomático de lo que afirmo. Es bien sabido que en estos lugares es donde se desarrolla una vida social que hace posible que los vínculos sociales se fortalezcan. La plaza por ejemplo, han perdido el sentido que hace unos cuarenta años atrás, tuvo.

La Plaza como un lugar por excelencia de la sociabilidad, nos remite a una ciudad, que se reencuentra a si misma, un espacio donde es posible reconocer y encontrar al prójimo, coordenadas de tiempo y espacio, en la que la gente, expresa su condición social y económica. La plaza, fue también el foro, donde se realizaban las concentraciones políticas, el sitio para el diálogo y la confrontación de ideas. Sin embargo, la condición clave para estar en ésta, es asumirse como ciudadano. Es decir, poseer derechos y deberes, y sobre todo una preocupación por los problemas públicos. En otra palabras, tener vocación política.

En el otro extremo, el Mall, es el nuevo espacio de la sociabilidad. Parece reemplazar a la plaza. Es, en palabra de Marc Auger un no lugar. Un sitio donde el anonimato es la clave, y en la que el uso que se le da, tiene que ver más que nada con el consumo. Nadie va a este lugar a preocuparse por la cuestión social. La motivación es otra. El Mall parece una ciudad en miniatura, en la que es posible encontrar de todo. Desde la farmacia, librería, restaurante, casa de discos, servicios higiénicos, etc.

La ocupación masiva del Mall expresa el descrédito en que ha caído la Plaza. En algunas poblaciones, la gente se opone a la creación de esta última, por el uso que se les da. En las noches, son habitadas por pandillas. Y esto sucede por algo que insinuamos: el desaparecimiento de instituciones como clubes deportivos, que operaban como controladores sociales de estos espacios.

El tránsito de la Plaza al Mall es también el paso de una sociedad moderna a una postmoderna. Si antes la plaza era el lugar del encuentro, ahora es el mall. Este último es, en alguna medida, la transfiguración de la Plaza. Entre ambos hay continuidades y rupturas. Sin embargo, el espíritu de la plaza no está presente. Y no lo está por lo mismo que el paso de la primera a la segunda, es el paso del ciudadano al consumidor.

Sin embargo, lo anterior, aún es posible resignificar y reutilizar esos espacios. Perdidas las plazas, ya sea por su escaso cuidado y por el cambio radical que se les hizo, es el caso de nuestra centenaria Plaza Prat, el mall aparece como el único lugar para el encuentro. El tema es pues, apropiarse de él. Comprar y preocuparse por las cuestiones públicas no tiene porque ser contradictorio.

Ciudad de Miradores

Iquique también podría ser definida como ciudad de miradores. Pero, lo será siempre y cuando la autoridad competente, invierta en la recuperación de los mismos. En el comienzo del 2001 tan lleno de deseos, pedir uno más, no constituye engaño.

La filosofía de los miradores radicó en que se conjugó como pocas veces es posible, la belleza con lo utilitario. Según dice el Dr. Ramsés Aguirre autor del texto fotográfico ”Los Miradores de Iquique” publicado en septiembre de 1983, “se construyeron para observar hacia el horizonte la llegada de buques, veleros y vapores que traían mercaderías para abastecer el puerto... “. Y agrega: “Cuando miraban al este, la vista se topaba con los cerros de la cordillera de la costa por los cuales descendía el tren de pasajeros y el convoy repleto de salitre; por último, tal vez fueron construidos para el solaz de sus dueños, que subirían a observar la ciudad, las puestas de sol, o tal vez, los incendios tan frecuentes y desastrosos hace 50 años”.

La estatura del mirador sobrepasaba la del promedio de las casas de dos pisos que en ese entonces habían en nuestra ciudad. Los incendios, las polillas y el desapego al patrimonio arquitectónico han hecho que muchos de ellos hayan desaparecidos. Sin embargo, el amor por nuestra historia ha hecho que algunas nuevas construcciones incorporen este elementos tan característico de nuestra identidad cultural. El edificio del Colegio Universitario (ex American College), el Banco de Santiago, el terminal del Tur-Bus entre otros así lo han hecho. Al de "Chile Deportes", falta le hace una “manito de gato”.

Hay un hecho que hay que destacar. Se nos ha hecho visible un mirador que creíamos condenado a morir. Me refiero al de calle Ramírez entre Bulnes y Orella. La casa que lo albergaba ha sido restaurada. El Mirador pintado de blanco e iluminado. La noche iquiqueña parece haber recuperado algo de su encanto de puerto del salitre.

Este mirador precisamente sirvió de portada para el libro que comentamos, y que según mi amigo Ramsés “fue construido para este efecto -ver la llegada de buques, veleros y vapores- por su dueño el Sr Rossi, que poseía el vapor “Nilda”; éste hacía viajes entre Arica e Iquique trayendo productos del agro, muy escasos en nuestra ciudad en ese entonces”.

La puesta en valor de este mirador, por manos privadas, y sin aspavientos merece reconocimientos y un estímulo por parte de las autoridades del rubro. Como bien escribe el poeta mayor Guillermo Ross-Murray en la publicación que comentamos: “Nadie los advierte/Nuestra desmemoria los empuja, desmorona/ Pero, ellos atalayan -todavía- cualquier escarceo/ sobre el horizonte”.

Los Miradores de Iquique son nuestro disco duro. En ellos, están depositadas todas nuestras miserias y grandezas, que son muchas. Su cuidado y su puesta en valor es una obligación histórica y ética. Los que quedan aún en pie, precisan de nuestras voluntades para otorgarle la dignidad que la memoria y la historia merecen.

El arte de Juan Cueto

En tiempos de la nostalgia, escuchar a Tormenta con su “Chico de mi barrio” significa traducir su narrativa a las coordenadas del tiempo y del espacio iquiqueño. La argentina, como muchos otros, se apoderaron del ancho del dial de las tres emisores AM que habían y desplegaban su románticas e ingenuas canciones. Eran los tiempos del “Murió la flor”, de las “Cartas Amarillas” de Nino Bravo, o de aquellas canciones que Juliano “El Extraño”, inmortalizara en uno de los primeros conciertos de rock en vivo, y en la escuela Nº 4, en los tiempos del “Chico” Vega.

Entonces usábamos pelo largo y pantalones “pata e elefante”, con agregado o no, que nuestro querido y mejor sastre de Iquique confeccionaba: Juan Cueto, un boliviano avecindado en el puerto y que de tanto vestir a la moda a los iquiqueños terminó siendo uno más de los nuestros.

Su precisión en el corte y confección en nada se igualaba a su impuntualidad para entregar las prendas. Pero, era tan buen modelador de nuestra vanidad que se lo perdonábamos todo, o casi todo. Nadie entendió porque no prosiguió en tan noble tarea.

Diestro en el dedal y en la tijera, Juan Cueto, era capaz de innovar en la moda de acuerdo a los pedidos del cliente. El, más que nunca entendió eso de que “el cliente siempre tiene la razón”. Con los alfileres en la boca, tiza en mano y el noble centímetro, cuadriculaba a la perfección, nuestra geografía adolescente.

La humildad de Cueto rayaba en la locura. Jamás ningún pantalón tuvo prendido en su pretina, el nombre de tan ilustre artesano. Pero, bastaba que las “pate e elefante” se desplegaran por el paseo dominical de la Plaza Prat, para que todo el mundo, o sea Iquique, entendiera que detrás de tanta perfección sastreana, estaba la mano del coterráneo de Gilberto Rojas.

Llegábamos con la tela bajo el brazo, y caminábamos las calles de tierra y a oscura por Latorre rumbo al cerro, y a mano izquierda en una casa de madera, Cueto disponía de sus propias fuerzas productivas (nostalgia por Marx): máquina Singer -me imaginó- y un gran arsenal de hilos marca “Cadenas”, botones y tizas para demarcar la tela. Una mesa, donde con paciencia andina, procedía a dar forma al metro cuarenta doble ancho, que debía transformarse, casi por arte de la alquimia, en un pantalón. Pero, insisto, no era una prenda cualquiera. Era el artefacto que nos conectaba con esa modernidad periférica de Iquique que bailaba con “Los Galos” y con “I pooh” ese tema tan azucarado que se llamaba “Pensiero”.

Juan Cueto era quien nos brindaba el pasaporte a la moda. Fue a su modo, nuestro Oscar de la Renta. Representó una especie de peldaño para llegar a Armani. Con Juan Cueto -usted lo ubica ahora el el Mercado Municipal, por Amunátegui- estuvimos en la cresta de la ola. Fuimos un poco Sandro, un poco Favio, y mucho Lalo Espejo.

Thursday, December 22, 2005

La pesadilla de Recabarren: el abrazo de Soria y Piñera














La decisión del alcalde Soria de apoyar la candidatura del empresario de la derecha Sebastián Piñera ha encendido aún más el clima en el caluroso Iquique. Grupos de obreros portuarios, los más movilizados de los trabajadores iquiqueños lanzaron huevos en contra de la casa del edil. Nunca antes, en una ciudad religiosa y popular, la palabra traición había sonado con tanta fuerza. En el mundo cotidiano, aquel que se nos muestra cuando viajamos en colectivo, la política, vive sus peores momentos. El divorcio de la ética con la política recibió su consagración. Nunca antes la frase “el fin justifica los medios” había sido tan elocuente.

¿Pero de qué se sorprende la gente si la conducta política del “Choro” se ha caracterizado por el erratismo y la búsqueda de sus propias conveniencias, que hábilmente las disfraza como si fueran de la ciudad (y ahora usa la palabra provincia, pensando tal vez en ser senador)?

No hay que ser ingenuo. Hace mucho tiempo que Soria dejó de ser un hombre confiable politícamente. La única lealtad que Soria profesa es hacia a su familia. Lo demás es moverse a engaño. Y Piñera si no lo sabe hoy, lo sabrá mañana. El Partido de Acción Regionalista, no es más que una familia extendida, en la que el cacique controla todo. Su diputa electa Marta Isasi declaró a la prensa “El alcalde Soria nunca se equivoca” (La Estrella de Iquique, 21 de diciembre de 2005, p A-4). Se retrata de cuerpo entero.

La obsesión del líder populista (tránsfuga político, o para ser más suaves, turista de la política) es la historia. La quiere cambiar. Y para explicar sus decisiones como la de apoyar a la derecha que apoyó a Pinochet, que a él mismo lo encerró en Pisagua y luego lo relegó a Mulchén, asesinó sus compañeros y torturó a más de un amigo, es afirmar “mañana cambiaremos la historia de Chile, de la Primera Región y de Iquique” (La Estrella de Iquique, 21 de diciembre de 2005, p A-3). Para el alcalde populista la palabra historia es un amuleto.

La historia para él es mirar hacia el futuro, olvidando que el pasado es parte importante de la vida. De allí viene la ética. Esa que suponemos aprendió de su hogar masónico y católico, esa que le transmitió Fidel Castro, Salvador Allende y Freddy Taberna. Esa ética bañada por la sangre de los muchos y muchas que creyeron en él. Esta ética hoy la transa por el Hito 60. Y la negocia con uno de aquellos que desde la vereda del frente, se enriquecía y con su silencio, apoyaba a la dictadura.

¿Pero por qué apoyar a Piñera sabiendo que la Bachelet va a ganar? Esa pregunta racional tiene un respuesta, sin embargo, no racional. Soria odia a la Concertación. Y ese odio lo ayudó a provocar el mismo conglomerado cuando el año 1989, obstaculizó su camino al Senado, presentando a Aníbal Palma. Desde ese tiempo hasta ahora el “loco” ha ido cambiando de tienda política, pero todo dentro del mundo de la izquierda.

El sociólogo Víctor Guerrero afirma que el electorado de Soria no es un todo homogéneo. Está compuesto, prosigue, por tres vertientes. Los cercanos, que constituyen su centro de confianza y que componen el equipo municipal, desde Ernesto Lo hasta el más humilde funcionario municipal. Fuera de ese entorno, están los soristas de izquierda, y por último el pueblo sorista. Los primeros y los últimos votarán por Piñera. Más aún, los últimos que no me cabe la menor duda votaron por Lavín. Soria y Lavín consumen esa misma votación. El común denominador de ambos es el populismo. Nos preguntamos si gente de izquierda como Ernesto Lo, Adolfo Vargas votarán por Piñera. Espero que no.

Habría que preguntarse como va a reaccionar la Concertación a través del diputado Rossi y del senador Flores. Hay que recordar que al finalizar cada elección, los electos, en este caso los ya nombrados, además de concejales de gobierno anuncian que “ahora sí que terminamos con Soria” en alusión a la posibilidad de emprender acciones legales tendientes a destituirlo. Pero no pasa nada. Y esto obedece a dos razones. O no hay antecedentes sólidos para emprender esa tarea, o bien, alguien desde las altas esferas del Gobierno protege al alcalde.

Dentro del simbolismo de la política que no es caso menor, la forma del apoyo de Soria al empresario Piñera se dio en una fecha y en un lugar que sintetizan gran parte de la identidad cultural iquiqueña. Se hizo el 21 de diciembre, fecha de la matanza de la escuela Santa María y en el teatro Municipal, el orgullo versallesco de la ciudad. Además, el alcalde se encargó de fijar una vez su posición “Ya no hay izquierda ni derechas”. Y en acto seguido, fiel a su espíritu contradictorio afirma: “Soy socialista desde los 14 años y lo seguiré siendo”. En el libro “Las Venas de mi ira...” profundizo esos y otros aspectos.

La primera semana de enero la ciudad estará llena de inmensos carteles en la que el empresario de la derecha y el alcalde desplagarán sus anchas sonrisas. Iquique será embanderado co esas fotos financiados por el millonario candidato. Y los pobres, los pobres pobres, votarán por él, pensamdo en cambiar su historia.

El 15 de enero la derecha ganará en Iquique, con los votos de Lavín y de Soria. Todo ello obligará a la Concertación a redefinir su relación con el alcalde. Hay que decir que esa relación ha estado marcado por la ambigüedad y la ausencia. De ambigüedad, porque todos sueñan con establecer alianza con el alcalde para que ésta se traduzca en votos. Le sucedió al ex-senador Sergio Bitar. Los resultados están a la vista. La política del “hay que dejarlo tranquilo”, apoyándolo en todo lo que pide: dineros para la Feria China (300 millones de pesos para financiar un desastre a todas luces, para asfaltar el camino Iquique-Colchane, etc). Por otro lado, seguimos mostrando como ciudad pésimos indicadores en la educación municipalizada, etc. De ausencia, en el sentido que el senador Fernando Flores jamás ha tenido una presencia activa en la ciudad (Y se le nombra coordinador regional de la campaña de la Bachelet). Todo ello es para resaltar el hecho de que hace falta un diseño político claro para vincularse con tan huidizo personaje.


El abrazo de Soria con Piñera expresa el carácter del regionalismo de Soria. Un regionalismo instrumental, sin apego a la ética ni menos a la memoria histórica. Un movimiento de carácter familiar compuesto por incondicionales sin derecho al disenso. En fin, un conglomerado que negocia con la derecha que nunca ha sido y será regionalista, una derecha antidemocrática que se niega a apoyar al sistema binominal. La diputada electa Marta Isasi dice hoy en la prensa “El Par no es de izquierda ni de derecha”(La Estrella de Iquique 22 de diciembre de 2005, pp A-5). Me viene a la memoria la frase de Francisco Umbral a propósito de la afirmación del cantante Juanito Valderrama. Este dijo “Soy apolítico”. El genial Umbral le respondió, o sea es de derecha. Otros de los efectos político es que la Alianza ganó una diputada.

El Iquique rojo, el del movimiento obrero organizado y con conciencia de clase, el de las grandes movilizaciones de masas, recibe hoy con el abrazo de Soria y Piñera una estocada en su orgullo. Soria, el nuevo “León de Tarapacá” con su ambición y su chusma inscribe a Iquique en ese lugar que nunca pensó Luis Emilio Recabarren ni Salvador Allende. Y todos tenemos culpa.

Saturday, November 26, 2005

Pinochet y los iquiqueños



Se comenta lo mucho que Pinochet quiere a Iquique. Se cuenta que cuando ganó el No, lo primero que preguntó el dictador, fue cómo le había ido en la “Tierra de Campeones”. Cuando supo la respuesta frunció el ceño.

Y no dijo nada más.

Cuando fue Presidente, por la fuerza de las armas, hay que recordarlo, dotó a la ciudad, del Tani Loayza y de Oscar Hahn, de una Zona Franca (hubo además motivos geopolíticos: había que cuidar las fronteras de una posible guerra con peruanos y bolivianos), creó por decreto la Universidad Arturo Prat y ayudó a pagar su deuda: “Presidente Pinochet otorgó 150 millones de pesos a la Universidad” (El Puerto, 27 de junio de 1989). Otros han afirmado que fue el padrino de boda del actual alcalde Jorge Soria. Los más mal pensando, han afirmado que Pinochet es iquiqueño. Hay por cierto, en esta afirmación mucho de mala intención.

Pinochet al igual que el General Prats vivió en Iquique. Este último se casó en la tierra de los Arturo (Prat y Godoy). Y no era extraño, esta ciudad siempre fue la frontera norte con el Perú. En consecuencia había que mantener un fuerte contingente militar. En el puerto, había cerca de cinco regimientos. Nos criamos, los iquiqueños, viendo a diario a los militares en la calle, ya sea desfilando o haciendo deporte, o bien, paseando en las noches por la avenida Balmaceda o la Plaza Prat. Los militares fueron parte del paisaje urbano de esta ciudad donde se inmolaron los obreros en la escuela Santa María aquel 21 de diciembre de 1907.

Pinochet vivió un buen par de años en Iquique. Me referiré sólo a la última etapa. Es decir, a los de los años 70. El 30 de enero de 1969, asume como General de la Sexta División de Ejército. En ese mismo año, pero en octubre, asume como Intendente subrogante, reemplazando al Luis Jaspard, militante de la Democracia Cristiana. Cada vez que éste se ausentaba, Pinochet asumía sus funciones. En tal condición hizo un par de declaraciones. Esta, por ejemplo: “10 dirigentes del Mir han llegado clandestinamente” (La Estrella de Iquique, 10 de junio de 1969).

Hay que recordar que Iquique era una ciudad pequeña que tenía solamente 60 mil habitantes. El general rápidamente se inserta en la vida social. Una prueba de ello, es que una población de la ciudad llevó su nombre, al igual que un club deportivo. La derecha local no tarda en ofrecerle hospitalidad. No es exagerado afirmar, que el general, en la ciudad donde nació el movimiento obrero, se haya hecho anti-comunista. Su amistad con descendientes españoles como Tomás Tuset, entre otros, todos franquistas, permiten elaborar esa hipótesis.

Otro dato, su hija mayor se casa en Iquique, con Julio Ponce. La vida social de “La Estrella de Iquique”, el periódico de la cadena de “El Mercurio” cubre el evento. Es la década de los 70.

No obstante, hay dos coincidencias que quiero hacer resaltar aquí. Una tiene que ver con el azar y la otra con la voluntad.

Iquique celebra su aniversario, no el 21 de mayo, sino que el 25 de noviembre, fecha en la que se celebra la primera sesión muncipal bajo la soberanía chilena. Esa misma fecha es el nacimiento de Pinochet. Coincidencia histórica que no es posible reparar.

Y la segunda es un hecho que bien vale la pena rectificar. El día 29 de enero de 1971, la Ilustre Municipalidad de Iquique, lo declara “Ciudadano Ilustre”. El regidor que actuaba como alcalde, en reemplazo de Jorge Soria, que estaba ausente de la ciudad, Carlos Díaz Leyton, propuso la medida. Los argumentos que se esgrimieron para tal distinción fueron los siguientes: “Ha quedado confirmada que la actuación de este distinguido miembro de las Fuerzas Armadas de Chile ha sido relevante y en forma especial en las numerosas oportunidades que asumió como Intendente subrogante de la provincia, méritos que lo hacen acreedor a una distinción honorífica” (La Estrella de Iquique, 29 de enero de 1971).


Subrayo la palabra rectificar, ya que no es posible que siga manteniendo tal categoría quien mandará a ejecutar a Freddy Taberna y a tantos otros inocentes en Chile. Nombro a este iquiqueño, porque no me cabe la menor duda, que más de alguna vez se habrán encontrado en la ciudad, que recibió con sus mamparas abiertas a este joven militar. El cuerpo de este geógrafo del barrio El Morro, aún no se encuentra. Junto a otros fue asesinado en Pisagua.

Ahora que la justicia empieza a llegar. Es bueno que la Ilustre Municipalidad de Iquique, en un acto que la dignificaría, proceda a retirarle ese signo de distinción. No es posible que comparta ese honor con humildes hombres y mujeres de la ciudad como Willy Zegarra, Victoriano Caqueo, Ariel Standen o Rubén Loayza. Gente humilde que no robó. Gente que no ha matado a nadie.