Sunday, November 26, 2006

El arte de Juan Cueto

En tiempos de la nostalgia, escuchar a Tormenta con su “Chico de mi barrio” significa traducir su narrativa a las coordenadas del tiempo y del espacio iquiqueño. La argentina, como muchos otros, se apoderaron del ancho del dial de las tres emisores AM que habían y desplegaban su románticas e ingenuas canciones. Eran los tiempos del “Murió la flor”, de las “Cartas Amarillas” de Nino Bravo, o de aquellas canciones que Juliano “El Extraño”, inmortalizara en uno de los primeros conciertos de rock en vivo, y en la escuela Nº 4, en los tiempos del “Chico” Vega.

Entonces usábamos pelo largo y pantalones “pata e elefante”, con agregado o no, que nuestro querido y mejor sastre de Iquique confeccionaba: Juan Cueto, un boliviano avecindado en el puerto y que de tanto vestir a la moda a los iquiqueños terminó siendo uno más de los nuestros.

Su precisión en el corte y confección en nada se igualaba a su impuntualidad para entregar las prendas. Pero, era tan buen modelador de nuestra vanidad que se lo perdonábamos todo, o casi todo. Nadie entendió porque no prosiguió en tan noble tarea.

Diestro en el dedal y en la tijera, Juan Cueto, era capaz de innovar en la moda de acuerdo a los pedidos del cliente. El, más que nunca entendió eso de que “el cliente siempre tiene la razón”. Con los alfileres en la boca, tiza en mano y el noble centímetro, cuadriculaba a la perfección, nuestra geografía adolescente.

La humildad de Cueto rayaba en la locura. Jamás ningún pantalón tuvo prendido en su pretina, el nombre de tan ilustre artesano. Pero, bastaba que las “pate e elefante” se desplegaran por el paseo dominical de la Plaza Prat, para que todo el mundo, o sea Iquique, entendiera que detrás de tanta perfección sastreana, estaba la mano del coterráneo de Gilberto Rojas.

Llegábamos con la tela bajo el brazo, y caminábamos las calles de tierra y a oscura por Latorre rumbo al cerro, y a mano izquierda en una casa de madera, Cueto disponía de sus propias fuerzas productivas (nostalgia por Marx): máquina Singer -me imaginó- y un gran arsenal de hilos marca “Cadenas”, botones y tizas para demarcar la tela. Una mesa, donde con paciencia andina, procedía a dar forma al metro cuarenta doble ancho, que debía transformarse, casi por arte de la alquimia, en un pantalón. Pero, insisto, no era una prenda cualquiera. Era el artefacto que nos conectaba con esa modernidad periférica de Iquique que bailaba con “Los Galos” y con “I pooh” ese tema tan azucarado que se llamaba “Pensiero”.

Juan Cueto era quien nos brindaba el pasaporte a la moda. Fue a su modo, nuestro Oscar de la Renta. Representó una especie de peldaño para llegar a Armani. Con Juan Cueto -usted lo ubica ahora el el Mercado Municipal, por Amunátegui- estuvimos en la cresta de la ola. Fuimos un poco Sandro, un poco Favio, y mucho Lalo Espejo.

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