Sunday, November 26, 2006

Todavía... Iquique

¿Qué sabemos de las calles y veredas de Iquique, de sus casas y edificios, de sus hábitos en general que nos remitan a lo que fue esta ciudad-puerto? ¿A quién recurrir para encontrar trazos de esos aspectos que por lo general la historiografía clásica no toma en consideración? Por último ¿cómo registrar las percepciones y auto-percepciones que los iquiqueños y no iquiqueños tienen de esta ciudad? Estas y otras preguntas son las que en este capítulo pretendo responder con el aporte de escritores que han recreado parte importante de la vida de Iquique.

Explicitar las percepciones y auto-percepciones del Iquique de fines de siglo pasado y principios de 1900, sólo se puede hacer a través de la reconstrucción, apoyada en documentación de tipo histórica. Sin embargo, la ausencia de materiales de este tipo, obliga a revalorar otro tipo de fuente: la literatura.


El cuento “Todavía” (1989) del nortino coquimbano Carlos León (1916-1988) ambientado en Iquique en los primeros años del siglo XX, entrega interesantes noticias acerca de nuestra ciudad. Así por ejemplo, a nivel de la vida cotidiana es útil saber acerca del uso del agua salada. Cito a León: “En un ángulo del patio estaba el cuarto de baño, vestido con un artefacto gigantesco, con dos llaves: una para el agua dulce, la otra para la salada”. Aludiendo a que Iquique era verano todo el año señala: “ Dada la naturaleza del clima, nadie se bañaba con agua caliente”.

En relación a los techos de la ciudad., Carlos León agrega: “Como los tejados, en Iquique, eran planos, debido a la carencia de lluvias, nos desplazábamos por ellos como si fueran verdaderos bulevares”. Estos, a su vez estaban cubiertos de conchuelas: “Sin embargo, no podíamos sentarnos, pues los techos de Iquique, planos, estaban cubiertos de conchuelas calcinadas que cortaban como cuchillos, por lo que no convenían pisarlas” . Para qué servían las conchuelas. El mismo León nos contesta: “Ese sistema pretendía impermeabilizar las casas, en caso de lluvia”.

La vida social giraba en gran parte en torno al cine. Recomienda: “Convenía sentarse en el centro de la platea. Era el lugar más seguro, pues desde la galería, tan pronto se apagaban la luces, una lluvia de proyectiles caía sobre los espectadores: trozos de empanadas, pedazos de pan, cáscaras de maní, mientras se dejaban oir chirigotas, apodos pertenecientes a los de platea, carcajadas estrepitosas y ruidos ordinarios que hacían reír a la galería en forma estentórea. No pocas voces se escuchaban gruñidos y ladridos de perros”.

Sobre el Carnaval y sus comparsas, nos dice: “La del Morro, el mío, era bastante extensa. En una de ellas vi una vez, a la cola del desfile, una bellísima prostituta, acompañada de un funcionario de la Caja de Ahorros, tomados de brazo, casi cayéndose de puros borrachos, penetrados, sin embargo, de una alegría demoníaca y gritando como condenados”.

Al caer la tarde se jugaba a la chaya en Cavancha: “Por la noche tanto en el paseo de Cavancha como en las plazas de la ciudad, se jugaba a la chaya. Los de mala índole mezclaban el papel picado multicolor con aserrín pintado y lo deslizaban por los escotes de las muchachas. Este singular confetti producía tal picazón que las afectadas, aparte de rascarse con frenesí, iniciaban movimientos de un orden casi pentecostal, concluyendo impotentes por regresar a sus casas para rascarse a gusto, tomar una ducha y cubrirse de polvos talcos”.

Retrata al Iquique de la crisis de los años 30. Dice: “En el barrio no queda ya nadie: algunos fallecieron, otros emigraron para la época de la crisis. Se crearon ollas del pobre y hasta gente amiga nuestra no tenía que comer” .

Carlos León pinta un Iquique que vive sólo en el territorio de la nostalgia. Leer a este escritor es encontrarse con el puerto del boom y de la crisis del salitre.

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