Se le conoce en Chile a través de esa canción que habla de un bar, de los ojos de gata y de los secretos del dormitorio, donde dan las 1, las 2, las 3, mientras el amor galopa por las ventanas. Esa que dice que cantó al piano del amanecer todo su repertorio. Sus otros 13 larga duración son prácticamente desconocidos en este país. Se le sindica como el mejor compositor de lengua castellana. Es algo así como Francisco Umbral para la literatura. Nacido en España, Joaquín Sabina le ha dado nuevos bríos a la canción de autor. Lo suyo va del rock a la salsa, pasando por el bolero y el rap. La guitarra, le ha sido más fiel que su sonrisa. Ha compuesto 150 letras de canciones, sin contar las que le ha regalado a sus amigos y amigas como Ana Belén, Luis Eduardo Aute y Javier Gurruchaga, entre otros.
Cree en la mentira, pero en las llamadas piadosas: “Yo le quería decir la verdad, por amarga que fuera, contarle que el universo era más ancho que sus caderas”. Esas que sirven como bálsamo para el espíritu; las que alivian el dolor y que inspiran ese refrán que reza: “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Su familia es tan vasta como sus amigos. Sus fotos de la infancia hablan de un hombre lleno de proyectos para salvar al mundo. “Utopía” el libro de Tomás Moro, lo acompañó en las noches de insomnio. Sufrió el exilio y Londres lo acogió con sus blues. Un iquiqueño lo acompañó en sus inicios. Cuando agarró la guitarra, sus primeros acordes fueron “La Novia” del otro Joaquín, e interpretada por su hermano Antonio.
A Sabina le gusta la noche como nos gusta a los iquiqueños: “La noche que yo amo, crece entre los despojos, que al puerto del fracaso, arroja la ciudad”. Despotrica de esa hora maldita en que los bares a punto, están de cerrar. Cuando la mala suerte se le instala en el camino dice algo así: “instalo un circo y me crecen los enanos”. Así es este ibérico don Juan, que en su canción Nos sobran los motivos -una obra de arte- canta “que poco rato dura la vida eterna, por el túnel de tus piernas, entre Córdoba y Maipú”. Autobiográfica esta canción que habla de un Don Juan en ruinas: “Este cambio de aceras de tus caderas, este payaso que ya no hace reír, este arrabal sin grillos en primavera, ni espaldas con cremalleras, ni anillos de presumir”.
Sabina recoge para el rock, lo que es del rock, es decir, el amor y la defensa por lo marginal y lo prohibido (La Banda del Kung Fu, Cuernos, Tolito), la ironía y la irreverencia (El Muro de Berlín, Hay mujeres, Siete crisantemos, etc), la belleza de sus letras: "pagana y arbitraria como un lunes sin clases", la calidad de la interpretación musical, y que decir de los arreglos.
En los años 90, el fotógrafo Carlos González me regaló un cassette de Sabina. “Me lo trajo un cura amigo” me dijo. Desde allí nació la sabinamanía. Sus canciones, una banda sonora que grupo de iquiqueños escuchamos como quien escucha su propia voz. Daniel, Anita, Gonzalo, Marcos, Jorge, llevamos un poco de ese Joaquín que nos hace cantar: “No abuses de mi inspiración, no acuses a mi corazón, tan maltrecho y ajado, que está cerrado por derribo”. No saque cuentas equivocadas amigo mío.
Sunday, December 07, 2008
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