Saturday, December 06, 2008

Rocío no te mueras nunca

Como yo te amo como yo te amo
convéncete nadie te amara
como yo te amo olvídate
nadie te amara

Los años 80, la ciudad Iquique, la fuente de Soda, “Erika”, su dueño, Antonio. La Zofri nos mareaba con sus miles de luces, sus autos, sus exprimidores de limones, sus equipos de sonido. En la clandestinidad o en la semi, pero igual te ibas preso y no semi, nos las arreglábamos para hacer lo posible. ¿Qué era lo posible entonces? Casi nada. Resistir era un deseo. De mano en mano una cassette de Silvio Rodríguez. Lectura en grupo de la revista “Mensaje” y nada más. Cada semana en una casa distinta. No vaya a ser cosa qué. Los vendedores de AFP o de Isapre, modificaron el paisaje de la ciudad. Se les olía a lo lejos. Era el ejército del modelo económico en pleno movimiento.

Nadie porque yo
te amo con la fuerza de los mares yo
te amo con el ímpetu del viento yo
te amo en la distancia y el tiempo yo
te amo con mi alma y con mi sangre yo
te amo como el niño a su mañana yo

Entonces la Jurado cuyo nombre era Rocío, alegraba las noches de esa bohemia enclaustrada entre el cerro y el mar de este puerto que lloraba en silencio a Freddy Taberna. Las cervezas danzaban sobre el mantel de hule. El humo, en plena dictadura se podía fumar libremente, nos envolvía como la camanchaca de la pampa.

Te amo como el hombre a sus recuerdos yo
te amo puro grito y en silencio yo
te amo de una forma sobre humana yo
te amo en la alegría y en el llanto yo
te amo en el peligro y en la calma yo
te amo cuando gritas cuando callas yo
te amo tanto yo te amo tanto yo

La palabra feminismo aún no aparecía en el argot de la academia, menos en la calle. La resistencia a la dictadura, sobre todo, en la primera etapa, era masculina, aunque las mujeres fueron las primeras en salir a la calle. Pero el Partido era masculino, el militante también, el panfleto ni que decir.

La calle del barrio era cosa de hombres. En ésta, sólo caben los hombres y las putas, sobre todo si es de noche. En el amaneces se encontraba la mujer del barrio rumbo al mercado, con la puta rumbo a la ruca.

En el “Erika”, Antonio ponía el orden con ese pelo cano y ese porte, y esa belleza que según mis amigas, era un desperdicio. “Un tipo tan atractivo y que se le quede la patita atrás”.

Pero volvamos a la Rocío. Tenía cara de mujer de barrio. De esas que lavan ropa ajena. Como ella, muchas amaban al hombre que la Rocío amaba. Por eso que se metió en la piel de todos los parroquianos que les basta una media docena de cervezas para darse cuenta que estabán enamorados.

Como yo te amo recuérdalo
nadie te amará
como yo te amo olvídate
nadie te amará
nadie te amará
nadie porque yo...

Pero daba lo mismo. La Rocío se nos transformó en la mujer valiente que machacaba su amor. Los suspiros entre cerveza y cerveza, se hacían sentir. La danza de botellas verdes y café de esas cristales bien heladitas nos daban más valor.

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