Saturday, December 06, 2008

Leo Dan, for ever

Ni siquiera Leo Dan puede entender el porqué de su éxito que empezó, con “Celia” por allá por los años 60. Seriamos demasiados injustos que le atribuyéramos al simple recurso de la nostalgia tal vigencia. La eterna contemporaneidad del baladista argentino está radicada en el mundo del misterio Hay que preguntarle al pueblo, pero éste no escribe y cuando habla es más bien lacónico. Al César lo que es del César. A Dante lo que es de Leopoldo.

Si fuera por el simple artificio de ese acto de cultivar la memoria, no sólo Leo Dan viviría solemne en el amplio territorio de la vigencia, en la banda ancha del dial de las radios AM y FM y en las miles de copias de CD pirateados que se ofrecen en el asfalto de cualquier ciudad. Las mujeres de Leo, llámense Estelita, Maritza o la sin par, Mary han encontrado la fórmula para seguir siendo jóvenes.

Gusta Leo Dan por su simpleza y porque en cada canción nos ofrece un retrato hablado de lo que somos. Sus canciones se inscrben dentro de la épica del amor/desamor; son tratados del amor escritos desde la mirada simple, que sin embargo hurga por las paredes más ocultas del corazón: “Que dolor que sentimos cuando a veces el amor...”; en breve, son canciones no aptas para siúticos.


Conocí a Leo Dan en la voz de un maestro albañil. Al Maestro Trujillo se le iba la vida, en plena mezcla de arena, agua y cemento, cuando cantaba “Celia” y sobre todo cuando se “hablaba de pasión”. Entonces Iquique seguía siendo una “villa grande y hermosa”. Y América Latina un gran laboratorio cuyos alquimistas se llaman Fidel y John, Castro y Kennedy, obviamente.

Leo Dan es el autor de gran parte de la banda sonora de la cultura latinoamericana que antes la imposibilidad de entender a Paul Anka o a Neil Sedaka, tradujo a la Diana por la Celia, a la Carol por Fanny. Pero a diferencia de la Nueva Ola, compuso todas sus canciones. El inglés no era su idioma.

Junto a Cantinflas, Daniel Santos, Lucha Reyes, Lucho Barrios y un largo etcétera, las canciones con nombres de mujeres y las otras también (“Una vez se da el corazón, y lo demás es sólo ilusión...”) se han enquistado en la memoria colectiva de los pueblos que ven en sus discos piratas (bambas) un espejo donde día a día, noche a noche, copa a copa, se recrea un tiempo en que a lo mejor había democracia, pero de seguro no existía el SIDA.

La contemporaneidad de Leopoldo Dante es la muestra de la pervivencia de nuestra nunca del todo acabada identidad cultural, una evidencia de la fragmentación de nuestros sueños, una advertencia a tanto MTV con su estética desenchufada. Leo Dan, es hoy, por hoy el icono eterno, sin contradicciones (no es Diego Armando Maradona), irrepetible y monógamo.

Su Mary, al igual que el Dios a quien abraza, le señaló un camino, que él afirma es expedito. Su conversión al evangelio, es la de miles de latinoamericanos que han optado por un nuevo camino. Nosotros sus fans, no tenemos ningún problema en declararnos dantistas, eso si, no por su religión, sino por sus canciones, que son himnos, que no es lo mismo, pero es igual.

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