El pick up reinaba en la mesa de centro, está vez arrinconado y cerca de una de las ventanas de cualquier casa de ese Ike Ike (que se expandía con tímidez hacia Playa Brava, de la mano de los ferroviarios y de los "chutes", de ese modo la juventud podía bailar desahogadamente. Del beso entre la aguja y el vinilo, resultaba la voz de Roberto Carlos cantando/desafiando: “No ganas al intentar el olvidarme, por mucho tiempo voy a estar en tu vida”. La letanía parecía cubrir ese ambiente en tinieblas, cada vez que el brasileño cantaba. Con “Amada Amante” el climax era total. El amor, o sus múltiples sucedáneos, parecía soberanizar la pieza, el living, como decíamos antes. La lucha de clases, por un rato, descansaba. Entonces el presidente de Chile, era Salvador Allende, elegido por sufragio universal. Afuera, las brigadas partidarias como la Elmo Catalán y la Ramona Parra se disputaban las paredes para rayar. “Avanzar sin transar”, pintaban los primeros, mientras que los segundos, más institucionales, decían “Elevar la producción, es también Revolución”. La derecha, por su parte, en silencio, organizaba el “Comando Rolando Matus”.
Roberto Carlos cantó una de las fantasías más elementales de todo ser humano: tener un millón de amigos. Entre tanto creó la pegajosa melodía del Jesucristo, que los infieles cantaban como pidiendo perdón por tanto carrete. De igual modo interpretó una de las primeras canciones de protestas ecologistas. Aquella que hablaba de las ballenas y de que él no está contra el progreso, “si existiese un buen consenso, al menos eso es lo que siento”. Terminaba con una frase no sólo para el bronce, sino que también para los defensores de los animales: “Yo quiero ser civilizado como los animales”. Anunciaba la postmodernidad en formato de discos 45 rpm.
“Cambiaste sin saber toda mi vida” casi en un tono evangélico, Roberto Carlos cantaba y predicaba. Lo cierto es que las tardes/noches de esos veranos calientes, un rumor de aire húmedo parecía venir de la voz de este cantante brasileño. Por cerca de diez años inundó la radiotelefonía local. Cantó a Gardel, “y el día que me quieras”, coincidía con esa otra utopía que tratábamos de construir, la de una sociedad sin clases. No pudimos con ambas. El cantante siguió haciendo de las suyas como si nada.
“No sé si gusto más de mi o más de ti”. Cierto narcisismo se apoderaba de este hombre que empezó a vestir de blanco. Habitante cotidiano de los festivales de Viña del Mar, se las arregló para contemporeaneizar con las nuevas generaciones.
En Iquique, Roberto Carlos paseó su música desde los 70 a los 80 con pleno éxito. Su “Detalles” y su “Amanda Amante” la compartimos con los sueños de crear una sociedad nueva. Sus otras canciones, las posteriores, pudieron haber sido lindas, pero para nosotros ya no lo eran. Y la razón era muy simple. Ya no las podía cantar Marcelino Lamas, entre tantos otros.
Sunday, December 07, 2008
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