Entonces la música de Emmanuel aterrizó en la fuente de Soda Erika. Desde allí, el mexicano interpretaba a los parroquianos que se encerraban a beber cervezas, arrancando no sólo de las penas de amor, sino que también del sol inclemente del Iquique de los 80 que con dictadura, Zofri y corriente del niño, parecía quemar más. La verdad, lo dice bolero, es que el sol y las penas de amor, suelen ser incompatibles.
Como se dice ahora, en el imaginario popular cervecero del Erika, las danzarinas pilseners verdes y café (alguien dijo que las primeras eran para el pueblo y la segunda para los empleados), congestionaban las mesas vestidas de hule de colores chillones arrastrando el fresco olor del “pez frito” que el Nanito nos servía, multiplicándolos como los panes del hijo del Dios. Antonio, con la cabellera color ajo, vestido de negro miraba controlando el espectáculo mezcla de canciones de desamor, humo de cigarrillos y frases pronunciadas con el volumen más alto (los borrachos se hacen escuchar). Para Antonio, sin embargo, sus banda sonora la componía Leo Dan y Javier Solís. El primero le recordaba su amor prohibido cada vez que el argentino cantaba “Esa pared”. Cuando Gabriel Siria Levarios, que era el alías legal del cantante mexicano susurraba “Sombras nada más” provocaba más de un suspiro. “Las cosas comunes las tiras al aire” cantaba el mexicano. Y mientras tanto la gallá, arreglaba el mundo, lloraba o bien observaba como sus vecinos empinaban el codo a un ritmo, desbocado, por decir lo menos.
“El día que quieres me mandas con alguien, las cosas queridas de mi propiedad”, cantaba el torero, poeta y cantor. Entonces cada una de las biografías ahí presentes, parecía comulgar con ese tipo que hacía común los dramas de cada uno de ellos. Y claro, quien de lo que allí estaban, no se había ido de su casa echando en esa bolsa, donde a Emmanuel le cabía la vida, culpas, penas y una que otra rabia y esa sensación existencial que se resumía en esa frase: “el condoro que me mandé”.
El Erika campeó en los 80 con una soltura y majestuosidad pocas veces vista. Pero fue breve como su existencia. Duró que lo duró el éxito de Emmanuel. El Erika fue bella, insoportablemente, bella, bella. Allí, la noche era larguísima como la bondad de Antonio. Allí anidó buena parte de la bohemia de este Puerto Mayor y Popular. Allí los tatuajes de los hombre rudos, convivían con los crucifijos, con las poleras made in Taiwán, con las pulseras, anillos y gargantillas con la que el pueblo sabe sacarle lustre a su sentido del prestigio. El ambiente se llenada de voces que seguían al torero “El libro de versos que yo te leía...”, parecía resumir la ansías poéticas de hombres que nunca han reemplazado al bolero por la poesía. Porque dejemosnos de cuento, Emmanuel canta boleros en tono de baladas.
Sunday, December 07, 2008
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