En Iquique el que no es campeón de Chile es historiador. Cada uno de los iquiqueños guarda celosamente en su velador un libro o un recorte de historia de algún episodio de nuestro pasado. Otros, evocan a aquel pariente que murió o bien que se salvó en la matanza de la escuela Santa María. El colmo es cuando coincide en una misma persona el historiador y el campeón de Chile. No conozco a ese privilegiado. Aún no tengo el gusto.
Siendo Iquique una ciudad donde la historia con mayúscula es parte vital de nuestro modo de ser, llama la atención que ésta no se refleje en nuestra vida cotidiana. Llama la atención que no haya ningún letrero -señáletica le llaman ahora- que indique, por ejemplo, en qué casa de la calle Baquedano se constituyó la Junta que derrocó a José Manuel Balmaceda. O que señale el sitio donde se imprimía “El Despertar de los Trabajadores”, o lo que quedó de la casa de John Tomas North. Y que decir, del monolito a los mártires de la escuela Santa María que alguna vez hubo en el Cementerio Nº 2.
Llama la atención también que las casas donde nacieron los poetas María Monvel y Oscar Hahn no tengan ninguna señal distintiva, como tampoco los años en que la feminista Teresa Wilms Montt vivió en el puerto mayor. Lo mismo sucede con los novelistas María Elena Gertner y Luis González Zenteno. En el campo de la música popular, no quedan huellas del paso de Gilberto Rojas, autor del vals “Iquique” ni de Santiago Polanco Nuño autor del tercer Himno a Iquique. En las artes sucede lo mismo con Enrique Campuzano. Y la lista puede ser interminable.
El depósito de la historia deportiva, por ejemplo, el museo, obra y gracia de Hernán Cortés Heredia, quedó embalado en cajas en la calle Baquedano. Ahora que el intendente es Patricio Zapata, tenemos esperanzas que nos entregue una casa digna para el Museo del Deporte. Su paso por la Digeder debería comprometerlo con esta idea que alguna vez Patricio de Gregorio ofreció.
Lo anterior resulta fácil de explicar. Esta ciudad, a nivel de sus gobernantes, sufre de desmemoria y de desconocimiento histórico. Maravillados por el oro de Miami, entienden que el pasado es un lastre y no una fuente de inspiración para el futuro. De allí el desapego a lo que fuimos; de allí la amnesia; de allí la bronca con la historia.
Los poros de Iquique traspiran esa historia con mayúsculas. Esa historia que nuestro Luis González Zenteno definió como mezcla entre rebeldía y fatalismo. De ese producto nos alimentamos y nos alzamos “los hijos del salitre”. De allí la queja y la rabia.
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