Friday, August 19, 2005

Iquiqueñizar


Se habla de la globalización. Se dice que es una oportunidad. Se dice que es una amenaza. Los primeros arguyen que gracias a ella, podemos abrirnos al mundo. Los segundos, plantean que es el fin de la identidad cultural. Ambas posiciones son extremas y veremos por qué.

La globalización es un fenómeno que sirve para designar, entre tanto otros aspectos, la idea de que el planeta ya no es una figura astronómica, sino que es el territorio donde todos nos encontamos relacionados entre sí. Esto quiere decir que gracias a las comunicaciones, el mundo se ha hecho pequeño. De allí la metáfora de la aldea global. Estamos más intercomunicados entre sí. El internet ha provocado profundos cambios en nuestros códigos de comunicación. Algunos hablan de la “cocacolización” o de la “macdonalización” de la sociedad. El mundo parece llenarse de no-lugares. Es decir, de aquellos espacios artificiales que carecen de historia y de referencias simbólicas con el pasado y el presente. Un Mac Donalds es un no lugar. La plaza Condell es un lugar.

Obviamente que la globalización es una oportunidad. Pero como tal hay que saber como aprovecharla. Y ese constituye el desafío: cómo. Lo global nos remite inmediatamente a lo local. La tensión entre ambos es lo que preocupa. Nadie vive en un ambiente globalizado. Ni siquiera el parisiense o el neoyorquino. Ambos, por citar un ejemplo, habitan en lo local. El caso vale para su contrario. Solamente los pueblos que no han sido alcanzado por la “civilización”, me imagino una tribu amazónica, vive en lo local. De allí que sea falsa esa tensión.

Alguien inventó un nuevo concepto para designar el tipo de relación que quiero señalar. Vivimos en lo local, pero en un ambiente de globalización. Habitamos la “glocalización”. Es decir en un espacio donde ambos se juntan. Pero para que ello resulte necesitamos fortalecer lo local. Pero, no como antítesis de lo global, sino como complemento. Esto implica robustecer nuestra identidad local. Y es aquí donde están nuestras debilidades.

Es cierto que la identidad cultural no se fortalece con decretos ni con ordenanzas municipales. Ayuda a crear identidad el respeto y valorización de nuestra historia. Conocer como el Iquique del 1900 recreó una serie de conductas que la perfilaron como ciudad con personalidad propia. Conocer nuestra literatura y ver como en ella se expresó el espíritu cosmopolita de entonces. Conocer como a través del deporte nos internacionalizamos de la mano del Tani o de Arturo Godoy. Se es iquiqueño a bordo del tren longitudinal o de un Mercedes Benz, se es iquiqueño navegando en internet o nadando a la balsa que ya no existe en el Balneario Municipal. Se es iquiqueño tomando té con yerba luisa mientras observando el CNN en español. Pero, ello implica conocer donde acaba lo uno y donde empieza lo otro. En fin...

Lo que falta es iquiqueñizar la globalización. Traducirla a nuestras propias coordenadas de tiempo y de espacio. Sin embargo, para iquiqueñizar hay que ser consciente de donde venimos y para donde vamos. Hoy, ambas cosas no la sabemos muy bien. Aunque hay algunos que nos están conduciendo a Miami, olvidando que podemos ser ciudad global teniendo veredas de maderas.

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