Saturday, August 20, 2005

"De vez en cuando la vida"

En la novela “Los Pampinos”, Luis González Zenteno escribe: “La muerte, es lo único que nos espera, y ya que es ése nuestro trágico destino, tengamos un gesto viril, muramos peleando”. Se refería a los sucesos de La Coruña, ocurrido en junio de 1925. Allí, un grupo de trabajadores bajo el liderazgo de Luis Garrido, se toman esa oficina y resisten al Ejército.

Alguien comenta que en el norte grande hay más muertos que vivos. El arqueólogo Lautaro Núñez afirma que Pisagua es un cementerio con vista al mar. Y tienen razón. La historia del norte grande es una gran sucesión de hechos trágicos: terremotos, guerras y contrarrevoluciones, matanzas, accidentes y epidemias. Todo ello cubre buena parte de nuestra biografía socio-cultural.

La idea que un terremoto arrase con la ciudad, con sus bellezas y sus fealdades, con sus malls y sus plazas, sus iconos y sus emblemas, sus parques temáticos y de los otros, no es nada nuevo. La historia sísmica de la región está llena de fenómenos telúricos que han destruido más de una vez la ciudad. E Iquique cual ave fénix ha sido levantarse de sus escombros. La historia y sus páginas en el norte grande están llenas de muertes. Todo ello tiene que ver con nuestra identidad cultural.

De allí que el análisis de fenómenos naturales como incendios, pestes, terremotos y maremotos; de fenómenos religiosos como la extraordinaria peregrinación a La Tirana, a las animitas como la Kenita o San Martín, o del carnaval; de fenómenos deportivos como la figura del Tani y su derrota en Estados Unidos; de eventos militares como el holocausto de Prat; de represión obrera, como Santa María, Pisagua, Once de Septiembre; de fenómenos económicos como la explotación de plata en Huantajaya, del salitre, de la pesca, de la Zofri y de las mineras; de fenómenos como la explosión de Cardoem, la muerte de la jóvenes en Alto Hospicio, ayudan a formar un actitud ante el futuro de doble significación. Por un lado de optimismo, y por otro de pesimismo, de confianza y de escepticismo. Este sentido paradojal es el que define la actitud del iquiqueño, actitud cercana al sentido de la tragedia.

Los iquiqueños sabemos que el confort es algo pasajero y transitorio. Lo nuestro parece ser la crisis. En ella nos movemos como el pez en el agua. ¿De qué nos sirve ahorrar si sabemos que la muerte natural o la otra, nos echará por el suelo nuestros sueños? Una anécdota. Habiendo sobrado dinero que un curso había juntado en el transcurso del año, se me ocurrió la idea de guardarlo para el próximo período. Una apoderada, seria y circunspecta, me contestó: “De ninguna manera, hay que gastarselo ahora, de lo contrario trae mala suerte”.

Los momentos más intensos de nuestra vida social parece estar radicados en la crisis y en los carnavales. Entre ambos hay un puente invisible que los conecta. Son como las caras de una misma moneda. Detrás de un iquiqueño, siempre hay una bandera negra, presta para ser enarbolada. Detrás de un iquiqueño siempre hay un motivo para celebrar la vida. Detrás de un iquiqueño siempre hay un muerto que lamentar.


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