Sunday, August 21, 2005

King Service

Habría que preguntarle a don Pablo Daub porque le puso como le puso a su lavaseco, siendo él un hijo de Alá, aunque hoy camine por otros caminos, pero siempre cerca del bien. Estaba ubicado en Thompson 666. Lo cierto es que todo o casi todo Iquique enviaba sus pilchas a este local de la calle Thompson que olía a limpio. Era un ritual singular. Se entraba hasta con cierta vergüenza con el paltó con sebo y se salía con uno impecable como si lo hubiese confeccionado el sastre Vera-Pinto o el singular Señor Bruna en la feria Persa. Las fichas que le amarraban al pantalón, al lado del bolsillo de perro, nos daban una seguridad, que pensandolo bien, no era tanta. Pero, que se recuerde, a nadie le entregaron un camisa o una chalequina que no fuera la suya. Si a usted le ocurría la desgracia de perder la boleta, cosa más bien habitual, tenía que presentarse con “cara de yo no fui”, y revisar una a una el taco de comprobantes. Yo perdí varias, y muchas de ellas en forma intencional. El agrado sociológico consistía en averiguar quién y qué ropa había enviado a lavar. Esos libros que espero que don Pablo me regalé uno, por lo menos, eran la memoria de la higiene iquiqueña. Desfilaba la más noble de la burguesía local y de la clase media que se las arreglaba por lucir el traje de parada, el 21 de mayo, en forma digna. Si no había ropa nueva, por lo menos, estaba limpia.

Eso de que la ropa sucia se lava en casa, jamás le agradó a este árabe que se hizo cavanchino, y por ende más iquiqueño que muchos que nacieron acá. Siempre estuvo donde debía estar, o casi siempre.

El cierre del King Service acompaña al Café Diana, al Mono Panchito, a Helados Gaymer, a Fotos Ruben’s y tantos otros. Le sigue ahora este lavaseco que se las arregló para inspirar confianza en una época que poner banderas negras en Iquique se hacía de veras y no como un recurso electoral.

El King Service era casi una máquina a vapor. Sus operarios eran la metáfora de la revolución industrial, sobre todo cuando el agua se evaporaba y no nos dejaba ver a menos de un metro. Los paltós, chalequinas y camisas colgadas transpiraba la más absoluta de las higiene. Sus calderas eran los pulmones de una ciudad que quería lavar sus pecados más abyectos.

Don Pablo me contó que un parroquiano lo llamó a su casa a eso de las tres de la madrugada, un día sábado. Angustiado le pidió una paleteada. Perdido en la bohemia, una mujer, que dicen fácil, le había marcado en su camisa blanca “wash and wear”, un beso color rojo, tan intenso como la pasión que lo embargaba. Tenía que volver a su hogar. Pero, la marca era su perdición. No sé si don Pablo, lo habrá socorrido.

Revisando su historia en Iquique, sus campañas por obras filantrópicas, creo que sí. Lo cierto, es que si usted tiene una prenda que retirar del King Service, hágalo a la brevedad, ya que sus puertas están cerrando. Y si no tiene nada, igual vaya, salude a don Pablo y agradezcale su amor por Iquique. Después de todo el King Service es la mejor muestra de como un “afuerino” se la jugó por la patria en época en que vivir aquí era casi un castigo... para los que venían del sur de nuestras fronteras.

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